(Tú)— No, no estoy de
acuerdo con eso —dije molesta—. Solo empeoraste las cosas, Santiago. ¿Sabes
qué? Estoy enojada y… vete ya: no quiero verte —bufé.
Santiago— ¡Yo no tengo la culpa! Bill
malentendió lo que le dije: es obvio que tú no lo amas —dijo triste.
(Tú)— ¡Pero se lo dijiste muy convencido!
—exclamé y me cruce de brazos— Intentaste hacer que él me gustara, y ahora
estoy con él por lástima: es un pobre chamaco en busca de amor que nunca le voy
a dar.
Santiago— ¿Y tú qué? No se lo impediste: tú
misma lo aceptaste —dijo irónico.
(Tú)— Porque él estaba convencido de que sí
aceptaría aún escuchado que no me gustaba. Me besó el maldito y acepté, ¡pero
eso no importa ahora! Lo que hiciste se llama traición y sabes que eso yo lo
detesto, lo odio: es algo que no perdono, Santiago Alexis Care —lo miré.
Me
miró asombrado por lo que dije.
Santiago— Entonces, ¿va en serio esto? Tú
nunca me habías llamado así —dijo sorprendido.
(Tú)— Va en serio —asentí con firmeza.
Santiago— ¿Quieres que vaya a ver a Bill y
le diga que terminen esa relación que te va a desgastar física y
emocionalmente? Puedo ir para no estar peleado contigo: jamás, jamás no
peleamos así —susurró.
(Tú)— No, no, no. Nada de eso —suspiro—,
vete, por favor: me conoces cuando estoy enojada. Vamos, vete. Cuando se
enfríen las cosas ya hablaremos.
No
dijo nada y se acercó a mí, se puso en cuclillas y tomó mis manos. La situación
se había ido algo lejos.
Santiago— Jamás quise ponerte en una
situación así pero… Bill se ve tan feliz cuando te menciona: lo da a notar
mucho. Yo… solo, lo siento ¿sí? No fue mi intención.
Guardé silencio y miré la
puerta, él asintió y se fue.
Y eso fue un resumen de lo que pasó
ayer cuando Santiago llegó a mi casa de sorpresa. Suspiro y continúo contando
las inmensas cajas llenas de tomates: lo he hecho ya 4 veces seguidas y aún no
llego a un total. Tanto pensar en lo que pasó ayer me afecta: no presto
atención; con éxito termino de contar las cajas: 259. Ni más ni menos. Las
anoto en un I pad y empiezo con las cajas de tomates verdes; con ‘Yesterday’ de los Beatles sonando llego
a tranquilizarme un poco.
Jon cuenta el
número de vinos provenientes de Europa, costos y ganancias. ¿Saben? Esto es
difícil: hacer en un inventario es aburrido.
(Tú)— Jon, comienzo
a hartarme: el jefe no ha llegado —bufo.
Jon— Solo continúa
contando porque luego te pasarás con las ganancias de esta semana, pérdidas,
despidos y demás. Vamos, mujer: antes podías con todo. ¿Qué te está pasando
ahora? —preguntó extrañado.
(Tú)— No
subestimes mi coeficiente intelectual, Jon —lo miro seria.
Jon— Lo siento
pero es la verdad —se encoje de hombros.
Me irritaba que me
dijeran que no capaz de hacer algo, casi diciéndome “eres una inútil, ya no nos sirves como antes”. Suspiro y comienzo a
hacer tablas, ecuaciones, balances y gráficas de las ganancias, pérdidas,
despidos y demás. Y aunque a veces me equivocaba al hacer cuentas siempre
volvía a hacerlo: era paciente en este tipo de cosas pero también tenía mis
límites, claro.
Miro el reloj:
12.35 pm. He pasado 4 horas de intenso trabajo: cargando cajas, anotando datos,
haciendo que trabaje mi cerebro y que aumente mi coeficiente intelectual, en
fin. Termino de hacer las ganancias y pérdidas, y me paso con los despidos. Me
ha sorprendido un poco cuantos se han ido de aquí voluntariamente y otros
porque sí.
Me siento en un taburete y hago las gráficas. Ni creas que
me llevé poco tiempo: me llevé una hora en total. Se me seca el cerebro. ¡Oh, Dios! Suena mi celular, lo miro rápidamente
y rechacé la llamada: era Bill. Ahorita debía estar al cien en esto.
Giro y escucho que
tocan la puerta. El jefe. Jon va a abrir y entrar no sin antes saludarse
cordialmente. Me levanto, dejo el I pad y lo saludó igual. ¿Te sorprendería
saber que mi jefe tiene 29 años? Oh, sí: no es el típico señor de 45 o 50
amargado y estricto. Tal vez si es estricto pero en general buena onda: piel
morena, ojos grises, cabello un poco largo y rizado de las puntas y castaño,
1.84 m de estatura, nariz perfecta, casado… y guapo. Las chicas que trabajan
como meseras o ayudantes de cocineros mueren por él, cosa que me extraña un
poco. “Tal vez porque tú ya tienes a Bill Kaulitz y te gusta ahora menos
consideras al sensual jefe”, me dijo subconsciente burlona. Fruncí el ceño e
hice a un lado a mi conciencia. Bueno,
puede que ya tenga a Bill Kaulitz: no necesito a nadie más. Reacciono por
lo que digo y me pellizco sin que Jon o el jefe me vean.
¿No te he dicho el
nombre del jefe? Ahh, bueno: se llama Travis. Nos llevamos bien.
Travis— Muy bien
chicos, ¿cómo vamos? —preguntó sonriente.
(Tú)— He terminado
ganancias, pérdidas, despidos, balances de todas ellas, gráficas y… ya —suelto
una risita.
Travis— Perfecto:
voy a revisarlas —hace un gesto con la cabeza—. ¿Y tú, Jon? —lo mira.
Jon— Casi termino:
es increíble que (Tú) me haya ganado —dijo desconcertado.
Travis solo río y
tomó el I pad para ver mi trabajo mientras yo miraba a Jon burlona, luego fui a
ayudarlo. Jon no es de tener paciencia: si algo no le sale casi deja todo ahí
botado y se va; conmigo al menos va aprendiendo a controlar eso.
Travis— Estupendo,
(Tú): creo que volver acá te ha puesto más activa —sonrió satisfecho.
(Tú)— ¿Oíste eso,
Jon? —suelto una risotada.
Jon— Cállate, (Tu
primer apellido).
Río. Miro el reloj
nuevamente: 1.56 pm.
Travis— Supongo
que ya puedes irte, (Tú): encantadísimo de que volviste —me dijo maravillado.
(Tú)— Gracias.
Travis— Creo que
te necesitaré más seguido para esto y otras cosas —me guiña un ojo.
No lo di a notar
pero eso me dio algo de miedo; lo tomé sin importancia, me colgué mi mochila,
me despedí de ambos y salí de ahí. Bueno,
debo cumplir mi palabra: a ir a visitar a… ugh, ‘mi novio’. Tardé
aproximadamente media hora en llegar, entré al hospital y mi celular sonó,
rechacé la llamada y me adentré al elevador. Ya adentro me reí por la música
típica de los elevadores, me percaté de una cámara a mi lado superior derecho,
la miré y sonreí alegre.
Ya saliendo del
elevador saludé a todos: a las recepcionistas, a las enfermeras, a los
doctores, a los enfermos incluso, a todos. Grata fue mi sorpresa al encontrarme
con Shannon y su tía: que guapa era la tía. Casi parecida a Shannon.
(Tú)— Hola,
Shannon —sonrío.
Shannon— Ey —me
miró—: por qué vienes tan contentilla ¿ah?
(Tú)— Aprovecho
mis últimos minutos —río.
Shannon— Que
grosera —entrecierra sus ojos—. Como sea, (Tú) ella es mi tía Marilyn; tía,
ella es (Tú).
(Tú)— Su sobrina
me ha hablado mucho de usted, buenas cosas claro está.
Las tres reímos.
Más grata fue mi sorpresa encontrarme a Bill paseando por ahí… junto con
Santiago. Mierda, mientras no haya venido
a regarla. Shannon se giró y luego me miró socarrona. Bufo. Cuando
Santiago, Bill y yo chocamos miradas nos sorprendimos.
Shannon— Uy, aquí
viene el novio —murmura divertida.
(Tú)— Puedo correr
al elevador ¿eh? Estoy a escasos metros de él —la miro divertida.
Shannon— Ok, ok:
ya —se encoje de hombros.
Bill sonrió y se
acercó a mí felizmente mientras Santiago lo seguía algo incómodo: para algo
vino este tipo. Solo no le des
importancia: que Bill no note el cambio, pero seguro Santiago ya le contó todo.
Me abraza el chico rubio y me besa la frente, lo paso mis brazos por su cintura
sonriendo casualmente.
Marilyn nos miraba
con detenimiento: algo se decía en su mente. Pero más me miraba a mí, ¿es que
acaso era muy notorio que no quería a Bill como novio? Soy un fracaso
fingiendo.
Santiago— Uh, (Tú)
—dijo.
(Tú)— Santiago
—sonreí.
Él se sorprendió
ante mi actitud.
Marilyn— Se ven
muy felices —nos dijo a Bill y a mí—. ¿Lo quieres mucho verdad muchacha? —me
miró tranquila.
(Tú)— Ah, sí. Sí,
claro —asiento.
Marilyn— Entre más
lo niegues más lo vas a sufrir —dijo en español.
Abro mis ojos como
platos. ¿Hablaba la señora Marilyn al tanteo o…? Parece estar tan segura de lo que dice.
Suelto una risita
nerviosa. ¿Cómo es que puede hablar español? Los demás no entendieron nada de
lo que dijo.
Bill— Parece que
la señora y tú ya se llevan bien —intervino.
(Tú)— Sí, creo
—digo confundida.
Shannon— Bueno,
antes de que me maten de amor ustedes dos la tía Marilyn y yo tenemos que
irnos: solo íbamos a dar una vuelta —ríe—. Señor Kaulitz, Santiago, (Tú) —nos
mira—: adiós guapetones.
(Tú)— Claro.
Las vi alejarse
poco a poco y luego lancé un suspiro.
Bill— Entremos a
la habitación ¿no? —pregunta sonriente.
(Tú)— ¿Puedes
adelantarte? Tengo que decirle algo a Santiago.
Bill— De acuerdo
—sonríe.
Me da un beso
corto y luego se va tranquilamente. Ahora solo éramos Santiago Care y (Tu
nombre completo); las cosas ya estaban frías, así que hablaríamos con calma.
Santiago— Sigues
enojada —concluyó.
(Tú)— ¿Le contaste
a Bill algo sobre lo de ayer? —lo miré, metiendo mis manos en los bolsillos de
mi short.
Santiago— No, lo
juro —dijo.
(Tú)— Entonces
esto no pasó nunca ¿vale? —sonrío de lado— Supongo que me gusta el drama y todo
lo vuelvo más difícil y complicado, pero agarraste enojada —me encojo de
hombros—… Lo siento, ¿sí? No quiero perder mi hermandad por mis idioteces.
Santiago no dijo
nada, suspiró y me abrazó fuertemente.
Santiago— Tienes
razón: todo lo vuelves muy complicado —dice burlón—, pero aún así te amo —noto
que sonríe.
(Tú)— No digas eso
que me harás llorar —digo, fingiendo emoción.
Santiago— Muérete
—bufa.
Río, nos soltamos
y sonreímos. No puedo creer que en tan poco tiempo nos hayamos perdonado. Antes
de entrar a la habitación le digo:
(Tú)— Para la otra
cuida a tu boca.
Santiago— Seguro.
Abre la puerta y
entro yo primero luego Santiago, vemos a Bill tratando de acomodarse el delgado
tubo del suero, nos mira y sonríe frustrado. Niego con la cabeza y le ayudo.
Santiago— Con (Tú)
deberás aprender a controlar la impaciencia —espetó.
Bill— ¿No te
gustan las personas impacientes? —miró con sus cejas alzadas.
(Tú)— Me
desesperan un poco, pero tú serás la excepción: aunque de todos modos deberás
controlar eso —sonrió.
Ya terminado de
ayudarle con el suero se acostó y nos miraba sonriente; me senté en la cama y
Santiago estaba en el sofá, mi mano la tenía bien tomada Bill como no queriendo
soltarme nunca.
Bill— Ustedes dos
se parecen tanto: le has pegado el gran sentido del humor a Santiago, cariño
—me miró sonriente.
Santiago me miró
confundido: ni él ni yo nos acostumbramos a aceptar que yo tenía un novio que
me decía cursilería y media.
(Tú)— Digamos que
sí: Santiago antes era de los nerds súper organizados —río.
Santiago— ¡Oye!
Eso no es cierto: solo me gusta mantener orden en lo que hago —dijo ofendido.
(Tú)— ¿Quieres que
le diga a Bill como eras antes? Ya sabes que siempre digo la verdad —lo miro
retadora.
Santiago— Ni te
atrevas —me fulminó con la mirada.
Me tapo la boca
con la mano y río. Este tío era un caso.
(Tú)— Usaba ropa
totalmente planchada y doblada junto con unos lentes que bueno… Para que te
cuento, Bill —sonrío.
Santiago— ¡(Tú)!
—chilló.
(Tú)— Solo dije el
5% de como eras —sonrío.
Bill— (Tú),
suficiente: no quiero ver a Santiago llorar —dice burlón.
Santiago— ¿Ah, sí?
Pues al menos no me perdía 3 veces por día en Nueva York —dice burlón.
Lanzo una
risotada.
(Tú)— Lo mío tiene
justificación, bruto: yo era nueva aquí y no conocía bien la ciudad —dije.
Santiago hizo un
puchero y no dijo nada mientras que Bill solo disfrutaba de todo el show que
habíamos armado. Por un momento no sentí a Bill con nosotros —soy tan mala— y
me eso sentir… bien.
Santiago— Tonta
—entrecierra sus ojos—: siempre me ganas.
(Tú)— No siempre
—niego con la cabeza y luego miro a Bill—, vamos, Bill: habla. Solo faltas tú.
Bill— Realmente no
sé qué decir, pero sigan hablando ustedes: me gusta lo que hacen —sonríe.
(Tú)— No, nosotros
ya hablamos suficiente… te toca a ti —frunzo el ceño.
Santiago— Vamos,
Kaulitz, no seas nena —intervino.
Bill— Shh, guarda
silencio, nerdaso.
Todos explotamos
en risas descontroladas.
(Tú)— Venga,
hombres, basta de burlarse —carraspeo mi garganta—… Vamos, Bill: háblanos de
algo.
Bill— ¿Por qué
mejor no hablas de ti? —preguntó.
Miro a Santiago.
(Tú)— Bill, ¿sabes
historia mundial? —le pregunté— Yo soy una nerd para esa materia —dije.
Bill— ¿Esto tiene
que ver contigo? —inquirió.
(Tú)— Claro
—asentí.
Santiago— (Tú) es
una diosa para la historia: sabe mucho —comentó—, puedes preguntarle cualquier
cosa —dijo.
Bill— ¿Cualquier
cosa? —me miró.
(Tú)— Haré el
intento de responderte —me encojo de hombros.
Bueno, al menos he
desviado la atención de Bill en mi persona. Comienza a pensar buscando formular
una pregunta.
Bill— ¿Cuántas
personas logró matar Adolf Hitler? —preguntó.
(Tú)— Junto al
ejército nazi y al pueblo alemán de aquél tiempo gracias al destino manifiesto
de Hitler, este logró matar aproximadamente 70,000 judíos en… 6 o 7 años, no lo
recuerdo bien, pero fueron cerca de 70,000 judíos —asiento.
Santiago— ¿Qué es ‘destino manifiesto’?
(Tú)— Cuando lo
que dices no está bien ni mal pero es válido o utilizas el convencimiento para
llevar a cabo la acción que te plazca —miro a Santiago.
Santiago— Hitler
era un imbécil.
(Tú)— Sí, de hecho
es considerado como el creador de la segunda apocalipsis, o algo así.
Bill— Me
impresionas. ¿Cuáles eran las mayores potencias durante la segunda guerra
mundial?
(Tú)— Estados
Unidos y Rusia —contesté
Bill— ¿Primer
presidente de México? —inquirió.
(Tú)— Guadalupe
Victoria.
Santiago— ¿Con qué
canción se hicieron famosos los Beatles? —intervino.
(Tú)— Con ‘Love me do’ a finales de los 60 —digo.
Bill— ¿Quién fue
Alejandro Magno? —dijo.
(Tú)— Fue hijo del
rey Filipo de Macedonia: ambos fueron aprendices el filósofo Aristóteles.
Santiago— ¿Qué
ciudades fueron atacadas por la bomba atómica que lanzó Estados Unidos?
(Tú)— Hiroshima y
Nagasaki —asiento—. Ahora les pregunto a ustedes: ¿de qué científico famoso
proviene la ‘pasteurización’?
Ambos se
miraron y no dijeron nada.
(Tú)— Son unos
tontos: viene del gran científico francés llamado Louis Pasteur —sonrío.
Santiago— Eres una
genio —dijo asustado.
Bill— Me
sorprendes.
Pasó el rato y
seguimos platicando de cosas graciosas que nos pasaba de cuando niños; Bill
hizo sus múltiples intentos de querer sacarme información pero siempre busqué
la forma para que olvidara su objetivo. Todo el rato fue de risas, quejas,
sonrisas y risas.
Reímos cuando Bill
dijo algo que no debía e hizo que este se pusiera rojo como tomate, cosa que me
causó mucha ternura.
Luego todo termino
al ver como Simone, sí, Simone entraba a la habitación.
(Tú)— Perfecto,
Santiago y yo nos vamos —dije.
Bill— No, esperen,
(Tú)… No se vallan.
Simone— ¿Acaso no
querías verme, Billy? Soy tu madre —exclamó ofendida.
Bill— No discutas
ahora, por favor —suspiró.
(Tú)— Adiós —dije
irónica.
Bill— No, mi mamá
se va: tú eres mi novia y Santiago mí cuñado así que se quedan —ordenó.
Justo antes de que
Santiago y yo saliéramos sentí que el cuero cabelludo me ardía: la señora y no
tan salvaje madre de Bill me había jalado del cabello y me adentró nuevamente a
la habitación. Parece que Bill también
debe cuidar su boca. Bill gritó y junto con Santiago intentaron quitarme a
la salvaje pero era inútil: me tenía bien agarrada de los cabellos.
Si intentaba hacerle
algo lo íbamos a lamentar ambas.
(Tú)— Vamos,
señora, suélteme: al parecer su hijito no le ha dicho de lo que soy capaz —dije
comenzando a enojarme.
Simone— No te le
vuelvas a acercar a mi hijo ¿ok? Eres una trepadora que solo busca su dinero al
igual que la otra llamada Frances —dijo rabiada.
Bill— ¡Mamá!
—gritó.
Simone no escuchó,
me soltó y luego me tiró una cachetada. Perdóname
Frances, pero debo actuar por las dos. ¿Pasaste por esto o qué? La miré con
furia y yo le regresé la cachetada, esta vez con el dorso de la mano: el dolor
era más intento con esa parte. Además, había recibido peores golpes.
(Tú)— Ni Frances ni yo somos unas
trepadoras ¿estamos? Para la otra fíjese con quien trata: no importa que sea la
madre de Bill… algún día se me va olvidar que lo es. Algún día podría amanecer
confundida en este hospital —miro la habitación—. Ojalá y asiente cabeza: le
está haciendo daño a su hijo… y a todos los que la rodean.
Todos estaban
sorprendidos; Simone estaba comenzando a sangrar del labio inferior. Perdónenme
todos, pero la salvaje señora me calentó mucho —me referí a que me hizo rabiar—
y sacó mi lado B. Esto no me había pasado desde hace 8 meses: que capacidad tiene
la señora.
(Tú)— Santiago,
vámonos ya —dije
Santiago no me
hizo caso y yo salí, justo se acercaban los de seguridad a la habitación, seguí
caminando y me encontré a Shannon ahí. Pude escuchar como Santiago hablaba con
Bill.
Santiago— Lo siento:
(Tú) hizo lo que debía. Cuidado cuando la encuentras enojada.
* * *
Llegué a mi casa junto con el perro de Santiago
aproximadamente a las 5.00 pm. Ya no estaba tan enojada: tenía que dejarlo
correr aunque me costara. Recuerdo que antes de que entráramos al elevador Bill
me alcanzó y me besó rápidamente y no dijo nada respecto a la salvaje de su
madre, se despidió con normalidad y luego regresó a la habitación. Todos
quedaron asombrados al vernos juntos.
Cuando salimos del
hospital grité y dije infinidad de cosas, pero ahora estoy más calmada… y con
una ligera cortada en mi labio inferior, justo en donde me dio la otra
cachetada la señora. Tiene buena puntería.
(Tú)— Ya estoy
calmada, en serio —dije tranquila.
Santiago— Yo opino
que la interesada es ella: al ver que Bill es rico ella utilizará sus dotes de
“madre” y se quedará con lo que pueda —comentó.
(Tú)— Que se joda
—bufé.
Santiago— Y a todo
esto: ¿era en serio lo que dijiste? ¿Que un día te olvidaría de que era la
madre de Bill y la… golpearías?
Asiento tranquila.
(Tú)— Hablaba en
serio, pero por ahora solo le dejé una advertencia: no hay de qué preocuparse
—sonrío.
Perdón por la
tardanza :s. Espero le vaya gustando la historia (suerte tendré si esta entrada
se ve).
AYY A MI ME GUSTA TU HISTORIA ES BUENA Y ESPERO MAS CUIDATE
ResponderEliminaroh, por dios...
ResponderEliminarMe encantó
De verdad que amo tu manera de escribir, me gusta mucho tu historia
Espero lo próximo
cuídate mucho bye