Días después Bill por fin había salido del hospital, cosa
que me empezó a preocupar: se me venían muchas cosas por hacer, estaría cargada
de trabajo todo el día. Debía pensar en un plan para no exprimirme tanto. Bill
se puso terriblemente feliz cuando supo que sería libre de ese hospital; firmé
varios papeles leyendo cada uno —incluyendo las molestosas ‘letras chiquitas’—
y verificando que todo estaba bien, después pasé rápidamente a una farmacia
para comprar las medicinas que el doctor nos había indicado, en fin: fue todo
en relajo.
A las 1.36 pm recibí una llamada de Bill y
no contesté hasta la tercera vez que me llamó. Estaba trabajando y no podía
dejar que me vieran pues me quitarían el celular; como pude contesté.
(Tú)—
Bill, estoy trabajando —susurré.
Bill— Lo sé y lo lamento, pero es que ya me
han dado de alta —dijo nervioso.
(Tú)— ¿Qué? —fruncí el ceño. Miré a todos
lados y noté a Santiago mirándome con preocupación— ¿Ya? ¿Tan pronto?
Bill— Pues sí: me lo dijeron así nada más.
¿Qué hacemos? —me preguntó.
(Tú)— Bueno, ¿no te podrás quedar ahí un
rato? No puedo pedir permisos ahorita para salir temprano —dije preocupada y
mirando a todos lados nuevamente.
Bill— Le diré al doctor ¿vale? —dijo.
(Tú)— Si te dice que sí se lo agradeceré
mucho; no salgas de ahí hasta que yo salga del trabajo ¿ok?
Bill— Sí, sí.
(Tú)— De acuerdo, entonces… hasta entonces
nos vemos. Por cierto: si te dice que sí me llamas para que esté enterada.
Bill— Sí, adiós. Te quiero.
Apreté
mis labios en una fina línea y colgué: aún era difícil para mí decir ese tipo
de cosas. Le conté a Santiago todo el asunto y aún así él tampoco podía hacer
algo. Tuve que esperarme justo hasta las 2.25 pm cuando volvió a llamarme Bill
diciéndome que el doctor si aceptó que se quedara hasta que yo saliera del
trabajo.
Rato después salí: a las 5.00 pm
exactamente. Tuve que pedirle dinero prestado a Santiago para poder comprarle
ropa nueva a Bill: no podía salir con la ropa que llegó aquí. Me encaminé con
Santiago al hospital casi trotando, llegamos y nos adentramos al elevador;
nuevamente miré hacia la cámara del elevador y alcé mis pulgares.
Santiago—
¿Por qué saludas a la cámara? —dijo extrañado.
(Tú)— Para calmar los nervios —bufé.
Llegamos al piso indicado y ahí se desenvolvió
todo el relajo que ya te había contado antes.
(Tú)— Bien, estás
fuera, Bill —sonreí de lado.
Bill— Se siente
bien ser libre —soltó una risita.
Tomamos un taxi
rápidamente para no ser vistos. Por desgracia Shannon ya no estaba: seguramente
hoy no le tocaba cuidar a la tía —y extraña— Marilyn. En el camino el taxista
siempre miraba al espejo retrovisor, comenzaba a sospechar que Bill Kaulitz el
empresario se había subido a un taxi común y no a su lujoso auto.
Santiago— Mmm,
¿cuál es el siguiente paso? —me dijo.
(Tú)— Shh, con
calma. No puedo pensar aquí con calma: me siento NERVIOSA—dije, mirando
disimuladamente al taxista.
Santiago— Ok, ok:
ya en casa hablaremos de ella.
Bill nunca dijo
algo, y me puso contenta el que lo hiciera. Nos hicimos aproximadamente media
hora o 25 minutos a casa; al llegar Bill fue el primero en salir, luego
Santiago y al último yo.
(Tú)— Aquí tiene
—dije, dándole al taxista el doble de la cuota.
X— Ahorita le doy
su cambio —dijo.
(Tú)— Quédeselo: es algo como una recompensa
indirecta —dije tranquila.
El tipo entendió y
asintió, me alejé de ahí y le aventé las llaves a Santiago para que abriera,
hecho eso entró Bill primero, luego yo y al final Santiago. Los dos chicos se
sentaron y yo comencé a caminar de un lado de otro.
(Tú)— Ok, Bill ya
salió y ahora el dilema: ¿en dónde se va a quedar? —me cruzo de brazos.
Bill— Puedo irme a
mi casa y cuidarme solo, nena —comentó.
(Tú)— No, no
puedes ir ahí —lo miré seriamente. Ambos sabíamos el por qué.
Santiago— Puede
quedarse en mi casa —intervino el castaño.
(Tú)— ¿Saben qué?
Bill, te quedas aquí y punto —fruncí el ceño—. Uno: tu casa, Bill, está llena
de cosas que detesto; dos: Santiago es tan extraño con las visitas —dije
mirándolo.
Santiago— Mmm,
¡puedo hacer una excepción con él! —sonrió.
Niego con mi dedo
índice.
(Tú)— Ok, ok, todo
depende de ti Bill, tampoco voy a forzarte: ¿quieres quedarte aquí? —lo miré.
Bill— Es que…
bueno, no sé: ¿tú quieres que me quede? —dijo tímidamente.
La verdad sí quería
que se quedara: así estaría más segura de que estaba a salvo y observaría que
se tomaría toma la medicina. “¿No será por otra cosa?”, me dijo mi
subconsciente con una mirada burlona.
(Tú)— Por eso te
estoy preguntando, Bill —sonrío.
Bill— Mmm, bueno,
si Santiago y tú están de acuerdo…
Miro a Santiago
rápidamente, él se encoje de hombros mientras asiente.
(Tú)— Entonces te
quedas —asentí—, pero mañana necesitaré ir a tu casa —me estremezco un poco—
para ir por tu ropa y… así.
Bill— ¿Podré
acompañarte? —me miró.
(Tú)— Mmm, claro
—me encojo de hombros—: supongo que no habrá problema en ello.
Comenzamos a
platicar sobre la pequeña mudanza de Bill entre los tres; estaba… un poco
emocionada por que Bill estaría aquí, claro, temporalmente. Sabía los riesgos
de tener a alguien aquí y más si era Bill: cuando él se fuera yo no iba a
querer dejar de verlo, pero a eso me atenía. Estoy ya advertida.
Bill no me cuestionó nada de lo que pasó el domingo pasado,
no lo he notado molesto o algo parecido; el lunes que fui a verlo actúo normal,
como si no hubiera ido nunca su mamá.
Y eso era lo que
ahora me tenía algo preocupada: ¿qué haría ahora la señora aquella cuando no
viera a su hijito en el hospital? Qué bueno que no sabe en donde vivo, sino ya
la tuviera aquí casi matándome.
Rato después
Santiago se fue, dejándonos solos. Esto era algo más incómodo que estando en el
hospital; debía acostumbrarme a esto.
(Tú)— Bill —lo
miré con desaprobación—, soy ayudante de cocinero en ocasiones: eso me da
méritos —dije, volviéndome al fregadero para lavar los últimos trastos.
Bill— Ok, tienes
razón —dijo—. ¿Sabes hacer paella? —preguntó.
(Tú)— Sip, es algo
fácil.
Bill— ¿Crees que
algún día podrías hacérmelo?
Termino de
enjuagar todos los trastos con rapidez, me seco las manos y me recargo del
fregadero para mirar a Bill. ¿Por qué le dará tanta pena preguntarme algo? Todo
el rato ha estado así desde que Santiago se fue.
(Tú)— Ok —me cruzo
de brazos—, ¿puedes decirme por qué estás tan tímido? Bill, desde aquí hasta
que te vayas está será tu casa ¿vale? No sé por qué te pones tan… así —dije
extrañada.
Bill— (Tú), lo
siento: creo que debo acostumbrarme a esto —se encoje de hombros.
(Tú)— Pareces un
niño cuando me lo preguntas con miedo… Ok, cuéntame que pasa ahí. ¿Frances era
mala contigo para la comida? —sonrío con burla, aunque después me arrepentí de
haberlo hecho. Me siento frente a él y lo miro.
Bill— ¿Prometes no
burlarte? —me dijo.
(Tú)— Con
cualquier cosa que me cuente mi novio jamás me burlaría —dije esbozando una
sonrisa.
Bill suspiró y
tomó mis manos.
Bill— La paella me
recuerda a unas vacaciones que tuvimos una vez mi familia y yo, justo en
España: mis padres, mi hermano y yo cuando niño. Papá era fan de esa comida y
la mía también comenzó a serlo, pero después pasó algo —niega con su cabeza
varias veces— y bueno… cuando quería que mi mamá hiciera paella ella misma me
regañaba y me mandaba por un tubo, en fin. A Frances nunca se lo comenté y
nunca le pedí algo así, pero… creo que ahora no me resistí y te lo dije —noto
como sus mejillas se ponen coloradas y agacha la cabeza.
Lo miro sin alguna
expresión y asiento. No pude evitar sentir una pisca de intriga por lo que me
había contado Bill, pero decidí dejarlo así: no le preguntaría más a menos de
que él me lo quisiera contar, aunque a decir verdad ya me estaba imaginando
todo.
(Tú)— ¿Pensabas
que te mandaría por allá? —me mira y asiente— ¿Es que no me tienes confianza
aún siendo novios? —dije indignada— Bueno, si ves a tu mamá y luego a mí hay
mucha diferencia… así que yo no voy a ser como tu madre algo salvaje: yo te
haré esa paella cuantas veces quieras —sonrío—. Claro, a las 3 o 4 de la
madrugada ya no —suelto una risita.
Bill— ¿De verdad
harías eso por mí? —alzo sus cejas.
(Tú)— Seguro, ¿por
qué no? —me encojo de hombros.
Ambos nos
levantamos y nos abrazamos. Pobre de Bill, a veces pienso que él está más
jodido que yo.
Cambiando de tema…
me sentí muy cómoda estando en los brazos de Bill. Tú sabes, brazos fuertes y
grandes que pueden abrazarte toda… muy cálidamente. Ok, eso fue muy explícito. Nunca antes en mi vida había sentido un
abrazo tan sincero y lindo, aunque suene cursi; no quería soltarlo. “¿Ves? Los
efectos del enamoramiento”, me dijo mi subconsciente.
Bill— ¿Por qué
diablos serás tan perfecta? —me dijo, apoyando su barbilla sobre mi cabeza.
(Tú)— Yo no soy
perfecta: también tengo mis defectos como tú y el resto del mundo —digo.
Bill— Para mí eres y serás perfecta —me da
un beso en la cabeza.
Me separo un poco
de él y lo miro, me besa tiernamente y finalmente nos separamos completamente. Ayudar a quienes lo necesitan para que se
sientan bien, aunque eso implique un riesgo.
(Tú)— Bien,
entonces ¿para cuándo desearía usted, chico rubio, esa deliciosa paella? —lo
miré divertida.
Bill— Solo tómalo
como un aviso, pero… lo pediré para ocasiones especiales ¿sí? —sonríe.
(Tú)— Seguro
—asiento.
Guardamos
silencio. Que incómodo era esto.
Bill— Gracias.
Sonrío y lo tomo
de la mano, yéndonos a mi habitación. Sería la primera vez que un chico
dormiría conmigo, en la cama de mí habitación; si sabes a lo que me refiero
¿no? La costumbre de estar sola y luego de la nada tener a alguien durmiendo a
tu lado es… pufs.
Fui al baño a
cambiarme: un short simple y una playera enorme con estampado casual, le presté
a Bill un pants negro y una playera grande también —que era de Bon Jovi, por
cierto—: me gustó como se veía.
(Tú)— ¿Cómo te
ves? —lo miro de arriba hacia abajo— Pues… sí, bien —alzo mi pulgar derecho y
sonrío.
Bill— ¿Solo bien?
—alzo las cejas.
(Tú)— Bien guapo
—suelto una risita.
Bill agachó su
mirada y rió.
(Tú)— Eres tan
nena —murmuré.
Me miró con sus
ojos entrecerrados y sonrió. Luego fuimos a la cama y platicamos un rato; al
final quedamos profundamente dormidos.
*
* *
El primer día que
Bill se quedó fue… un caos. Le dejé hecho el desayuno antes de irme junto con
sus medicinas: él aún seguía durmiendo y no me pude despedir de él. Me fui
tranquila esperando a que cuando despertara leyera una nota que le había dejado
junto a las medicinas; llegué al trabajo e hice mi rutina. Esto que diré es
algo aparte, pero Travis se comportó algo extraño conmigo hoy y no me gustó
para nada eso —luego lo contaré después—.
Me llamó justo como le había puesto en la
nota y me contó rápidamente todo lo que había hecho en la mañana. Con eso bastó
para que yo estuviera tranquila y después seguí con mi trabajo; Santiago me
contó que tal vez iría conmigo a ver a Bill un rato: ambos ya se llevaban muy
bien.
Santiago—
Yo creo que se complementan: ambos están… mal —me dijo.
(Tú)— Pues creo que sí.
Para cuando salimos del trabajo y llegamos
a casa escuché ruidos extraños en mi habitación. Detuve a Santiago y tomé una
pequeña navaja (de tan solo 10cm la hoja y 6 el mango), pues yo tenía armas
escondidas en casi todos lados por si ocurría algo; no evité sentir miedo por
Bill: si alguien se metía ¿qué iba a hacer él? No podría hacer un movimiento
fuerte.
Caminé hacia la habitación, los ruidos eran
un poco más grandes: se escuchaban como si estuvieran sacando cosas de metal.
Más y asusté, y al entrar y casi grito. Santiago ya estaba detrás de mí.
(Tú)—
¡Bill! —grité. El me miró asustado. Corrí hacia él y le quité lo que tenía en
las manos— ¿De dónde sacaste eso?
Bill— Solo… vi algo debajo de tu cama, me
llamó la atención y lo saqué: no me imaginé que fuera algo así —dijo apenado.
Efectivamente:
Bill había sacado todas mis armas largas de aikido —eran ‘espadas’ pero no
armas de fuego— altamente peligrosas, más para él que no sabía usarlas. Tenía
en las manos una especie de espada llamada ‘Katana’ de 77cm de largo con todo y
mango; qué bueno que había llegado a tiempo.
Traté de no enojarme: él no sabía de esto.
De hecho, ni Santiago lo sabía.
Santiago—
Increíble, (Tú) —dijo impresionado, viendo las armas regadas.
(Tú)— ¡No es increíble, Santiago! —exclamé
asustada— Bill ya se hubiera volado la mano: esto no es cualquier cosa; y luego
la sacas —miro a Bill—. Ten cuidado para la próxima: yo tengo miles de estar
escondidas por toda la casa para protegernos de cualquier cosa —suspiro y niego
con la cabeza—. Solo no las toques, no las saques y listo ¿sí?
Bill— E… está bien —asintió.
Guardé
cada una de las katanas de diferentes tamaños en sus estuches junto con los
tantos —cuchillos, algo parecidos a las navajas— y los Jo —unos palos de
madera—, y las guardé debajo de mi cama. Gracias al cielo que no había sacado
otra bolsa: ahí tenía más armas de madera, pero muy filosas.
Entonces tuve que hacer una revisión
forzosa en mi clóset, debajo del sofá, debajo del fregadero y en otros lados:
ahí también tenía más cosas punzocortantes. Todo estaba bien ahí y listo. Sufrí
un susto de muerte.
Hoy es el tercer
día de estancia de Bill. Todo ha ido bien hasta entonces; Bill ya sabe qué
hacer y qué no hacer con respecto a mis cosas de aikido y mis cosas personales.
Va aprendiendo y ambos hemos asimilado el estar juntos en mi casa, ya no me
siento tan incómoda como el primer día.
(Tú)— ¿Eso es
todo? —lo miré y luego a las 3 maletas llenas de ropa y artículos varios.
Bill— ¿Es poco?
—mordió su labio inferior.
(Tú)— ¡Es mucho!
—dije irónica— Pero bueno, ya todo está listo. ¿I pad? —pregunté.
Bill— Sí
—contestó.
(Tú)— ¿Llamada al
cerrajero para el cambio de cerradura y nueva llave?
Bill— Sí.
(Tú)— ¿Papeles de
importancia?
Bill— Ya guardados
en la maleta.
(Tú)— ¿Revisaste
todo 2 veces?
Bill— Oh, sí
—asiente—. (Tú), a veces pienso que eres igual a como Santiago antes —dijo.
Río.
(Tú)— No pienso
regresar allá de nuevo, por eso te lo pregunté —dije.
Bill— Mmm, de
acuerdo.
15 de abril. En la
televisión se ha disparado el rumor de que Bill estuvo en el hospital por
varios días, todo mundo comienza a querer saber más de ese asunto. Ahora más
que nada he estado de aquí para allá para hacerle las cosas a Bill: fui a
comprarle un celular —y me dolió tanto haber sacado de mi dinero al banco—, fui
a cancelar todas sus tarjetas, he hecho llamadas a la empresa general de Bill
que está aquí en la ciudad, en fin. No quiero que Bill haga muchas cosas ahora,
por el momento: entre más quieto esté mucho mejor.
Clare suele
visitarme… porque ya también está enterada de que somos novios Bill y yo; solo
3 personas lo saben y me han jurado no decir nada a nadie. Esto es tan frustrante. ¿Qué? ¿Ahora falta
que Tom venga con Jennifer y se enteren también? Mentiras everywhere. Una vez Clare vino me preguntó si realmente
quería a Bill y lo negué rotundamente; Bill estaba tan “enamorado” de mí que no
veía lo asfixiada que me tenía con todas sus palabras y… actitud, aunque
realmente ya me estoy acostumbrando a esto, ya vivo con ello.
Retomando el
asunto, he hecho ya muchas cosas para Bill y también para mí: tengo clases de
aikido cada 3er día, más el trabajo en el restaurante y todavía llegar a casa
para cuidar a Bill si es cansado. Lo hago
en el buen sentido. “Lo haces porque te gusta Bill, no me engañes”, me dice
mi subconsciente.
Dejamos las
maletas en el suelo y voy a acostarme en el sillón. Travis me dijo el domingo
que posiblemente ahora descanse solamente esos días y salga temprano los
sábados — ¿quién lo entiende?— como solía hacerlo. Bueno, creo que estaré bien
con mi antiguo horario.
(Tú)— Mmm, ¿ya
pensaste lo de Santiago? ¿Quedarte con él en su casa? —le pregunté.
Bill— No quiero
separarme de ti —dijo.
(Tú)— Bueno, solo
será un día: yo no te diré nada cuando vayas a trabajar —sonrío de lado.
Se pone frente a
mí en cuclillas y me mira. No sé, me gusta mucho su cara: es perfecta, y además
he visto muchos avances: menos depresión, más positividad —no como la mía,
claro: ahí yo le gano—. Estoy viendo con mi psiquiatra pasado si podría ayudar
a Bill o si podría recomendarme un grupo de ayuda para AA (Alcohólicos Anónimos):
Bill está dispuesto a cambiar por mí, cosa que me pone feliz.
Bill— Bueno,
tienes razón. ¿Tú quieres que vaya a su casa? —me mira suspicaz.
(Tú)— Como quieras, pero él está casi emocionada
para que vayas —lo miro.
Bill— Entonces
iré: necesitas descansar de mí —dijo burlón—. Además creo que servirá para hablar
de nosotros los chicos —ríe.
(Tú)— ¿Ustedes los
chicos? —frunzo el ceño.
Y una duda que
había tenido desde que lo conocí asalto mi mente, y por obviedad tenía que
decirle a Bill.
(Tú)— A todo esto,
¿tú qué edad tienes? —inquirí.
Bill— ¿Estoy muy
viejo acaso?
(Tú)— Solo
curiosidad, más no dije eso.
Bill— Tengo 23
—sonríe.
Abro mis ojos como
platos y mi boca formando una gran O. ¿Bill Kaulitz tenía 23 años? ¿Y así de
solitario —bueno, ahora ya no tanto— y loco era? No, bueno: yo lo creía de 30
años o mínimo 27; estoy sorprendida: nuestra diferencia de edad no es mucha, solamente
3 años. Bill ríe aún más por mi expresión y me acaricia la mano.
Bill— ¿Qué? —dijo.
(Tú)— Perdóname,
pero yo te creía de 30 años o no sé —dije sorprendida—: la… barba… Tú sabes.
Bill— Supongo que
tienes razón —se encoje de hombros—, todo mundo me dice eso. Pero bueno, ya
hablando de edades… ¿cuál es la tuya? —me mira curioso.
(Tú)— ¿Qué edad
aparento? —alzo las cejas.
A mí siempre me
habían dicho que yo aparentaba tener 3 o 5 años menos de los que tenía, así que
debía comprobarlo una vez más con Bill. Lucía muy concentrado en adivinar mi
edad, casi como si fuera a ganar un premio jugoso si acertaba… Más allá de eso,
la mirada de Bill era tan…, penetrante, intimidante, calculadora. Tenía que
decir algo ya para que no me pudiera nerviosa.
Bill— Lo tengo,
mmm… ¿18? —me mira confuso.
Sonrío y niego con
la cabeza.
Bill— ¿Qué?
—exclamó indignado— No me digas que soy novio de una chica mayor que yo —dijo.
Me siento y Bill
se levanta para acostarse en mis piernas, dejando la mitad de sus piernas fuera
del sillón. Comienzo a acariciar su cabello mientras escucho a Bill decir una
sarta de palabras. He comprobado mi
hipótesis.
(Tú)— Bill, tengo 26 —digo con total
seriedad.
Sus ojos se abren
totalmente, no decimos nada y luego suelto una risita.
Bill—
¿Es en serio? Se supone que… el hombre… tú sabes —murmuró.
(Tú)— ¡Obvio no!
—río— Tengo 20.
Bill— Oh, rayos:
me asustaste —dijo.
Sin ningún motivo le
di un beso rápido en la boca; ya era parte de la rutina.
(Tú)— Pero bueno,
regresemos al tema: irás a la casa de Santiago y yo… iré por ahí —me encojo de
hombros—. Eso sí: Santiago ya me dijo una vez que le preguntas cosas por mí
¿eh? No hagas eso: yo misma te diré todo lo que quieras saber de mí, pero a su
tiempo.
Bill— Lo siento,
pero… ¿te digo la verdad? Tú sabes más de mí que yo de ti y eso me frustra;
nunca hablas de ti y cuando yo te pregunto algo me evades, ¿crees que no
conozco tu táctica? —frunció el ceño.
Suspiro. Él tenía
toda la razón: siempre lo evadía. La verdad es que nunca habría tiempo para
decirle a Bill sobre mí. Lo miro.
(Tú)— Lo sé,
tienes mucha razón, pero lo hago por algo. ¿Sabes? Estoy más jodida que tú de
lo que aparento —asentí— y no quiero contaminarte con mis problemas…, por eso
hago lo que hago. No es de mucha importancia.
Bill— ¿Me contarás
por qué estás más “jodida” que yo alguna vez? —me preguntó.
(Tú)— Seguro —le
doy otro beso rápido en la boca.
Necesitaba cambiar
de tema ya.
Bill— Bueno,
entonces voy a casa de Santiago —sonríe.
(Tú)— No hagan
estupideces: recuerda que aún estás en recuperación —entrecierro mis ojos.
Bill— Claro, dulce
enfermera.
Le doy un suave
golpe en la frente y él hace un mohín.
(Tú)— Qué
chistoso.
Perdón por la
tardanza xD… Mmm, próximamente subiré un oneshoot: son varias ideas que se me
vienen a la cabeza y escribo para pasar el rato, como le llamo. Es para que no
se me aburra tanto xD. Gracias por leer.
ayyyyy cada vez esta mas lindo esto por dios sube en cuant puedas un beso
ResponderEliminar¡Dios! de verdad adoro lo que escribes, es tan wow...
ResponderEliminarDeseo leer más
Cuídate mucho, bye.
wow me encanto ya me imagine las espadas uff que miedo ok no mucho
ResponderEliminarme alegro que Bill salio del hospital
sube pronto plisssss
bye besos
me encantooo
ResponderEliminaresta genial el cap
perdon por no comentar antes es que la universidad me mata
espero el prox
bye cte:)