X— Señor Kaulitz —dijo una enfermera mientras entraba.
Me solté de él y
me levanté rápidamente de la cama, un rubor apareció en mis mejillas; Bill
ignoró a la enfermera y no me quitaba la vista de encima: estaba más preocupado
por lo que pasaba entre nosotros. La enfermera comenzó a hacer su rutina diaria
y se detuvo minutos después; yo estaba cerca de la ventana mirando hacia la
bonita vista que daba de Nueva York.
¿Qué hubiera pasado si la enfermera no llegara? Sí, nos
habríamos dado un beso seguro, pero… más allá del beso ¿qué hubiera pasado en
mi cabeza? ¿Tú crees que soy demasiado cobarde para este tipo de cosas?
(Tú)— Mmm, perdón
por preguntar pero ¿espera al doctor? ¿Qué van a hacer? —le pregunté a la
enfermera.
X— El doctor
programó para hoy quitarle el resto de las vendas: por fin veremos como quedó
—dijo ella esbozando una sonrisa.
Bill— ¿Qué? —dijo,
saliendo de sus pensamientos.
Nos miramos.
Seguramente todo esto lo hicieron a propósito para caer en los engaños de Bill
y darle una oportunidad.
No dije nada y fui
a sentarme al sofá para esperar al doctor, que seguro no tardaría mucho.
X— Tiene tiempo
que no la veía a usted —comentó la enfermera.
(Tú)— Ah…, sí,
supongo —asiento.
X— El señor
Kaulitz siempre me preguntaba por usted.
Bufo.
(Tú)— Son
indispensable para todos —sonrío con ironía.
X— Parece que sí
—afirmó.
Necesitaba
olvidarme de lo que pasó hace minutos. Miré el reloj de mi celular y me percaté
de que con todo este enrollo había pasado una hora y media aproximadamente: 15
minutos más y serían las 12 del día.
El doctor llegó
con algo de prisa, se sorprendió ante mi visita y nos saludos como cualquier
día.
Doctor— Muy bien,
señor Kaulitz, hemos estado checando sus avances todos estos días y notamos un
buen avance así que decidimos recorrer hoy el día para quitarle las vendas y no
como habíamos acordado, que era el lunes —esboza una sonrisa. Nos mira a
ambos—. Veo que hay tensión entre ustedes, muchachos.
(Tú)— ¿Qué? Ah,
sí: es que esto ha sido tan… sorpresivo. Improvisado. No nos lo esperábamos
—dije.
Bill— Sí.
Doctor— Bueno,
pues empecemos —dijo alegre.
Camino hacia Bill
y este se acomodó bien. Yo miraba todo con atención: ¿quedaría bien Bill
después de la reconstrucción facial? Poco a poco me estaba olvidando de lo
demás y ahora me enfocaba más en el rostro de Bill. Me moría de los nervios.
Comenzó a quitarle
la primera venda con cuidado… ya comenzaba a marearme por ver como se la
quitaba, después la segunda… Parecía que las vendas no tenían fin. Ya al
terminar me tapé la cara con las manos y medio los abrí.
Doctor— Muy bien,
listo —dijo, examinándolo.
Me quité las manos
de la cara lentamente y lo miré. Oh, dios.
Bill— Necesito un
espejo, ¡vamos! —ordenó.
La enfermera le
entregó un espejo y se vio. Al hacerlo no dijo nada y me miró: quería que yo le
dijera algo; había quedado igual, solo que un poco hinchado y con uno que otro
moretón. Me sorprendí mucho: ¿cómo los doctores podían hacer… ese tipo de
cosas? La nariz tenía una pequeña banda cubriendo el tabique nasal.
Bill— (Tú)
—murmuró.
(Tú)— Pe… Perfecto
—dije.
Doctor— Tuvo
suerte, señor: algunos no quedan igual —se cruzó de brazos.
(Tú)— ¿Qué queda
por hacer ahora, doctor? —lo miré.
Doctor— Vamos a ver
que tanto se recupera aunque no será tanto problema: estará aquí por 3 o 5 días
más.
Bill— ¿Más? Oh, no
—dijo lamentándose.
El doctor, la
enfermera y yo reímos. Había quedado perfecto: tal y como lo conocí.
Doctor— Procure no
hacer tantos movimientos —miró a Bill e hizo un gesto con la cabeza.
Bill— De acuerdo
—asintió.
Doctor— Bueno,
pues felicidades; nosotros nos vamos —sonrió.
Y se fueron. De
nuevo nos quedamos él y yo solos. Debíamos sacar conclusiones.
(Tú)— Ah, bueno…
Has quedado bien y es lo que cuenta ¿no? Mmm, creo que debo irme…
Bill— Tú no te vas
a ningún lado —murmuró serio.
(Tú)— ¿Quieres
discutir de nuevo? —digo cansada— Celebremos que saliste bien de la
reconstrucción.
Bill— Ven —dijo.
(Tú)— Oye, si es
para que hagas de n…
Bill— Ven, ya te
dije —me interrumpió.
Me levanto del
sofá y me siento casi frente a él. ¿Por qué estaba haciéndole caso? Tenía el
tiempo suficiente para salir corriendo de ahí.
Bill— Solo escúchame: tú no eres mi boleto
de salida para nada, solo quiero que me des una oportunidad. Déjame demostrarte
que puedo ser diferente, como antes: puedo ser lo que tú quieras; por favor, no
me dejes… Te necesito conmigo.
(Tú)— Estamos peor
que unos chamacos de 14 años —susurré.
Bill— (Tú), estoy
sintiendo cosas por ti: cosas que me asustan igual que a ti. Vamos, dame una
oportunidad… y si fallo no volverás a verme: no te insistiré en ello.
No dije nada.
Necesitaba tiempo para considerarlo y retomar las ventajas y desventajas. Claro
estaba: a mí no me gustaba pero, no quería dejarlo ahí solo. ¿Quién me
entendía? Era toda una paradoja. No puedo
decirle que no.
Sentí sus manos en
mi rostro nuevamente y yo coloqué las mías sobre las suyas, cerré mis ojos y
tenía una guerra nuevamente en mi cabeza: mi maldito subconsciente no me dejaba
en paz. No me dejaba pensar bien.
De la nada asentí
con la cabeza y pronuncié un sí. Fue cuando en mi interior comencé a gritarme y
a regañarme. ¿Qué he hecho? Acepté por lástima: esto no es de ti (Tú). Mierda,
estoy arrepintiendo de nuevo. Y… ¿por qué me siento emocionada? No quería abrir
los ojos. Acaricié con mis pulgares sus manos y sentí sus labios apretarse
contra los míos. Abrí los ojos espantada. ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué no
puedo dejar de besarlo? ¿Por qué mejor no le doy una cachetada y huyo de aquí?
Entonces, así se sentía de bien besar a Bill Kaulitz. Intenté alejarme o no sé,
pero no pude. Me dejé llevar por este idiota.
Uno que otro
chasquido llegó a escucharse; la forma de Bill al besarme era suave y dulce a
la vez —odiaba decirlo, pero era la verdad—: es el beso que más me ha gustado a
decir verdad. Creo que con esto Bill me compró: ahora debo estar con él
forzadamente con él. Pero besa tan
genial: no puedo evitar seguírselo.
Pronto me separé
de él y abrí los ojos, Bill me imitó y sonrió de oreja a oreja, yo sonríe
forzadamente. No me sentía cómoda aún; ok, besaba de maravilla, pero estar con
Bill obligatoriamente solo para que se sintiera mejor… es lamentable.
(Tú)— Ah, Bill
—dije algo aturdida—: el doctor dijo que no hicieras tantos movimientos —lo
miré.
Bill— Solo te
besé, no pasa nada —sonrió tímidamente.
(Tú)— Cuando besas
a alguien se mueven alrededor de 50 músculos faciales —lo miré con los ojos
entrecerrados.
Bill— Interesante,
¿de dónde sacas esas cosas? —me preguntó divertido.
(Tú)— Hay cosas
que se llaman libros, lugares que se llaman escuelas: no sé. Me gusta saber
datos interesantes.
Bill— Wow
—susurró.
Hago una mueca y
miro hacia otro lado: me sentía atrapada en una mentira, en algo que no era
propio de mí. Me levanto y saco que mi celular de mi mochila que estaba
sonando, ¿quién era? El mismísimo Santiago. Ese
maldito mocoso: las pagará caro. Era un simple mensaje que decía así:
Q stas haciendo loquisha? *u*
Escribo el mensaje y se lo envío.
Gracias a tu estupidez ahora estoy
atada a Bill en una jodida mentira. Mas tarde hablaremos tu y yo seriamente .l.
Bill— ¿Quién era?
—preguntó curioso.
(Tú)— El imbécil
de Santiago —dije con una sonrisa.
Estaba molesta con
él, pero por ahora no debía pensar en las estupideces que le dijo a Bill. Lo
que me tenía pensativa era si este último era mi novio. Estoy tan confundida.
(Tú)— Por cierto,
Bill… A todo esto, ¿tú y yo ahora… somos… novios? —alzo mis cejas.
Bill— Pues… sí. ¿O
no? —ríe levemente— Ya me diste la oportunidad.
(Tú)— Ah… claro.
Ya entiendo —asiento.
Nos miramos y
reímos. Entre menos se sintiera Bill como un niño que le da lástima a todos
mucho mejor: si estar ‘atada’ a él lo pondría feliz y saldría de su mundo de
depresión aceptaría el reto. Todo sea por ayudar a quienes lo necesitan.
Bill— ¿Acaso nunca
has tenido novio? —me preguntó.
(Tú)— Mmm, sí.
Bill— Entonces no
debes sentirte avergonzada. Ven, ven aquí conmigo, preciosa —dijo.
(Tú)— Ok.
“Preciosa”, fue una palabra que me
provocó más escalofríos que un examen de ingreso a la universidad. Todo sea por ayudar a quienes lo necesitan…
aunque sufrir sea el costo. Volví a sentarme al borde de la cama y él me
abrazó fuertemente, dándome un beso en la cabeza y luego en la boca.
Bill— ¿Ya te dije
que te ves increíble vestida así? —me dijo.
(Tú)— Sí, ya me lo
dijiste. La verdad quería vestirme con algo más deportivo, pero no pude
—suspiré.
Bill— Como te
vistas te verás igual de increíble.
(Tú)— Mmm,
gracias.
Toma mis manos y
besa ambas. Ay, Bill: si supieras que yo odio el romanticismo a todo lo que da;
bueno, odiarlo así demasiado no pero me hostiga… mucho. Ok, ok: intentaré no
ser tan seca con Bill.
Bill— Santiago me
contó que te saliste de tu trabajo.
(Tú)— Eso fue hace
tiempo, ahora ya regresé nuevamente: hoy es mi día de descanso.
Bill— Me hubieras
dicho desde antes que necesitabas trabajo: yo podría dártelo —sonrió.
(Tú)— No, no: cómo
crees. Me gusta ser independiente: de todos modos, si me hubieras ofrecido
trabajo te habría mandado por un tubo —suelto una risa.
Bill— ¡Ey! Que
grosera eres —hace un puchero.
Río.
(Tú)— Mañana
tendré que ir a ayudarle a un cocinero hacer el inventario de los alimentos
—suspiro—. Odio hacer los inventarios, pero según soy la más capacitada para
hacerlo.
Bill— ¿Cocinero
implica hombre o chico? —frunció el ceño.
(Tú)— Bill, no
empecemos con los celos ¿sí? —lo miré tierna.
Bill— Lo siento,
lo siento. De todos modos, mi nueva novia sabe defenderse —dijo orgulloso.
Bill, no sigas diciendo esas cosas porque
siento feo. No digo nada y solo le doy un beso en la mejilla.
Bill— A todo esto,
¿ganaste en tu combate de aikido? Tu hermano también me lo contó.
(Tú)— Valla: al
parecer Santiago te tenía bien informado —río con ironía—. Bueno, gané: le gané
a una chica que sabe más que yo. Eso fue mi pase de entrada para regresar a la
escuela de aikido.
Bill— Wow:
felicidades. Espero y algún día no quieras golpearme con un palo de los que
usan ustedes —dijo sonriente.
(Tú)— No es un
‘palo’ como tú le dices, Bill: se llama Jo o bastón, y es de bambú —lo miré
seria. Luego sonrío de lado.
Bill— Como usted
diga, señorita (Tú) —hace un gesto con la cabeza.
¿Lo has notado? En
todo este rato que he estado con Bill no he dejado de sonreír ni reír y no es
actuación. Puede que estar con Bill tenga sus ventajas aunque sean pocas. Miro
la hora en mi celular: 1.49 pm. Mierda, ya es tarde: tendré que dejar a Bill
solo. ¿No se supone que debo estar feliz?
Voy a dejarlo aquí… Me coloco un audífono en la oreja izquierda y pongo en
marcha el reproductor de música: suena ‘Do
you want to know a secret?’’ de los Beatles, le cambio rápidamente y pasa a
‘Suéltate el pelo’ de Hombres G. Le
dejo ahí. Bueno, es hora de despedirme: tengo cosas que hacer.
(Tú)— Bueno, m…
Bill, ya tengo que dejarte: debo ir a hacer algunas cosas en mi casa para
mañana del trabajo, y debo limpiar también mi casa —río apenada.
Bill— Ah —dijo
triste—, de acuerdo. ¿Cuándo vendrás? —me preguntó.
Me levanto de la
cama y me arreglo el cabello; tal vez mañana vendría pero por poco tiempo.
Tampoco podría decirle: “—no sé, y no me
jodas: es cuando yo pueda y quiera”, ni modo, sería mañana. Ya luego vería
con calma en mi día de descanso.
(Tú)— Tal vez
mañana salga a las 3, entonces… sí, mañana —me digo para mí misma. Sonrío y me
acerco para besarlo rápidamente—. De todos modos, tienes mi número de celular…
que por cierto, ¿de dónde lo sacaste? —lo miré ceñuda.
Bill— Bueno… una
amiga tuya… —agacha la cabeza.
(Tú)— Sí, lo
suponía: también tengo que hablar seriamente con Shannon. Bien, Bill: me voy.
Me llamas por cualquier cosa, ¿de acuerdo?
Bill— Está bien
—me jala y me besa otra vez. Nos separamos y sonríe—. Te amo.
Hago un gesto con
la cabeza: si decirle “te quiero” era difícil para mí, “te amo era aún más
difícil. Bill iba muy rápido: no puedo creer que sus sentimientos hacia mi
fueran tan… lejos.
Antes de salir del
cuarto me despedí de él por última vez escuchando un “nos vemos mañana” de mi
boca. Salí de ahí y me encaminé a la recepción donde me encontré a Shannon, que
al verme sonrió emocionada, corrió hacia mí y me abrazó. Fuera de la habitación
de Bill volvía a ser yo, pero adentro era la más hipócrita del mundo y mi novio lo sabía.
Shannon— ¿Qué pasó
allá adentro, mujer? Me tienes intrigada —dijo.
(Tú)— Hoy le
quitaron todas las vendas a Bill —murmuré.
Shannon abrió sus
ojos como platos y soltó un gritito de pura alegría.
Shannon— ¿Pero qué
rayos…? Joder, (Tú): dime como quedó. Vamos, vamos: dímelo —dijo.
(Tú)— Quedó bien
—dije fría.
Ella notó el
cambio en mí, se extrañó y me llevó al sofá para sentarnos. Ahora comenzaba a
odiarme: no estaba contenta conmigo misma. ¿Por
qué me haré las cosas tan difíciles?
Shannon— Ok, aquí
pasó algo más. Cuéntamelo todo —inquirió.
(Tú)— Decidí ser
novia de Bill Kaulitz —suspiré.
Ella gritó de
alegría y se calló de inmediato al llamar la atención de las demás personas que
estaban cerca de nosotros.
Shannon— Lo sabía,
(Tú): sabía que no te resistirías, mujer. ¿Cómo y cuándo? Me mentiste: me
dijiste que no te gustaba… Espera un momento —dijo, como si estuviera sacando
conclusiones—: tú también le gustas a Bill. ¡Oh, Dios!
(Tú)— Shannon:
decidí ser novia de Bill por lástima —la miré seria.
Shannon— ¿Qué? —su
rostro cambió de inmediato— Pero… Ah, ya: ya entiendo. No mentiste: en serio no
te gusta. Ay, (Tú): ¿pero por qué le dijiste que sí? ¿Bill se te declaró?
—preguntó preocupada.
(Tú)— Pues sí, y
cuando mi amigo Santiago lo visitó el solo le dijo algo totalmente estúpido y
con eso Bill se ilusionó más. Me dijo que le diera una oportunidad… y como
babosa acepté. ¿Sabes? Me siento la más mentirosa de todo mundo, y Bill lo
sabe: quiere tratar de enamorarme, pero dudo que pase eso —miré al suelo.
Shannon— Santo
Cristo redentor: es increíble. Pero… míralo por el lado amable: Bill se pondrá
más vivo y será feliz… como tú —sonrió levemente, acariciando mi hombro.
(Tú)— El feliz
será él, porque yo no: me estoy forzando a sentir cosas que jamás sentiré por
Bill, y es horrible. Jamás, jamás había hecho en mi vida algo así —murmuré
furiosa.
Shannon— Ay, (Tú):
me pones triste. Lo… siento —dijo.
Estaba al borde de
las lágrimas… del coraje. Era una idiota.
(Tú)— Necesito
irme, Shannon. Mañana te veré, ¿sale? Debo hacer cosas en mi casa —sonrío
forzadamente, me levanto y nos despedimos con un beso en la mejilla—. Adiós.
Shannon— De
acuerdo…
Me fui de ahí y
esperé a que el elevador se abriera.
* * *
Llegué a mi casa desganada, floja, con un bajón increíble:
no tenía ganas. Aventé mi mochila, me quité mi blusa de cuadros y grité furiosa
dando puñetazos a la puerta. Se siente tan repugnante: es como si hubiera dicho
“sí, yo sé todo sobre el aikido” y a la hora de ponerlo en práctica fuera la
peor de todas y me estuviera arrepintiendo de haberlo dicho. Me estaba
volviendo loca con tanta información y sentimientos encontrados; no puedo huir
de aquí porque allá en un hospital un chico —o un hombre. Ni siquiera sé su
edad: ¿qué tal si ya tiene 35?— hace sus intentos de ‘conquistarme’ a través de
una relación forzada. Bueno, no tan forzada porque yo acepté, pero así me
siento: forzada a algo que no quería.
Dije una cantidad increíble de palabrotas, frases,
maldiciones hacia todo tipo de persona… incluyendo a Bill. Esto no era justo:
¿por qué yo? Dios: si me estás castigando
por haber mandado al demonio a mi padre hace años, no era enserio. Esto es
demasiado, en serio. “No seas tan dramática, mocosa: acepta que a ti
también te gusta pero lo niegas. Por eso me chocas, (Tú)”, me dijo mi
subconsciente. Ahora no tenía tiempo para tener otra guerra mental con mi puta
subconsciente, tenía que reclamarle a Santiago: hizo algo que yo jamás
perdonaría. Pero… entonces ¿por qué
acepté si bien pude mandarlo al carajo?
Caí al suelo con
mis brazos colgando de mis rodillas y llorando pero del coraje: esto era más
difícil que competir con el maestro de aikido o hacer 10 exámenes de economía
mundial o política. Era novia de Bill
Kaulitz: el antes chico viudo. Ojalá y Frances no me jale los pies por la noche
porque le robé a su chico.
(Tú)— Ay, vamos
(Tú) —dije forzándome a reír. No, no podía hacerlo—: ¿qué tan malo puede ser
estar con… ese estúpido, iluso, imbécil y cabrón con problemas psicológicos?
—me dije a mí misma.
Escondí la cara en
mis brazos y aproximadamente 5 minutos después tocaron la puerta. Me levanté
rápidamente, sequé las bochornosas lágrimas de mis mejillas, me di unas dos
cachetadas en ambas mejillas, sonreí y abrí la puerta. Era Clare. Mierda, seguro escuchó mis gritos de madre
dando a luz. Qué pena.
Clare— Uh, (Tú).
¿Todo bien ahí? —me preguntó, tratando de mirar dentro de la casa.
Sí, Clare: solo
soy la novia de Bill Kaulitz forzadamente. Nada más.
Reacciono, la miro
y sonrío.
(Tú)— Entrenaba un
poco con el aikido, casual —me encojo de hombros.
Su mirada se
dirigió de repente a mis manos y se sorprendió.
(Tú)— Ah, no te
preocupes: siempre me pasa —dije, mirando mis nudillos. Por todos los cielos:
estaban a punto de sangrarme—. Es para desgastar piel y hacer más fuertes los
nudillos.
Clare— Ohh, de
acuerdo —asintió incrédula—. Bueno, como sea: ¿cómo está Bill? —preguntó.
(Tú)— Ya no
deberían de preguntar tanto por él ¿eh? —digo divertida— La verdad es que hoy
apenas acaban de quitarle varias vendas que tenía en la cara, ya sabes, por la
reconstrucción y eso —me cruzo de brazos sin dejar a notar mis nudillos casi
ensangrentados—: quedó bastante bien.
Clare— Me parece
increíble: qué bueno que ya se está recuperando —sonrió aliviada—. ¿Más tarde
me contarás el resto? —me miró intrigada.
(Tú)— ¿Skype?
—dije.
Clare Claro y por
supuesto que sí, loca. ¡Nos vemos! —dijo y se fue alejando.
(Tú)— Sí, claro…
loca yo —me dije a mí misma.
Entré y cerré la
puerta en donde me dejé caer lentamente lanzando un gran suspiro de alivio.
Supongo que Bill tenía razón en algo: no medía mi fuerza.
* * *
Justo sonó mi celular a las 8.23 pm. Deseé con todas mis
fuerzas que no hubiera sido pero al ver el número desconocido decidí rendirme:
era Bill. Dejé mi plato a un lado y di un sorbo enorme de agua simple, suspire
lista para fingir una vez más y contesté.
(Tú)— Habla (Tú)
—dije tranquila.
Bill— (Tú), hola
cariño —dijo Bill con un ligero todo de emoción en su voz.
(Tú)— Bill, hola
—sonreí forzadamente—. ¿Pasa algo? —fruncí el ceño.
Bill— No, no pasa
nada. Solo quería hablar contigo —dijo zalamero—, ¿qué haces?
(Tú)— Ah, bueno…
estaba terminando de cenar… —tomo la cuchara y comienzo a dibujar figuras en la
mesa.
Bill— ¿De verdad?
Oh, lo siento ¿te interrumpí? Si quieres te llamo en un momento y a…
Me doy un golpe en
la frente con mi mano libre y niego con la cabeza. Sabía perfectamente que él
no iba a hacer eso.
(Tú)— No, no,
descuida. Ya terminé —dije—. ¿De qué quieres hablar, c… Bill? —le pregunté.
La palabra cariño me era tan difícil de pronunciar:
todo me estaba costando trabajo. No sé como Bill podía decirme así a la ligera.
Bill— Bueno, antes
que nada… Mmm, no quiero parecer tan hostigoso, pero quiero que escuches una
canción ¿sí?
(Tú)— Claro, la
que sea. Dime el nombre y el artista —dije tranquila.
Bill— Se llama ‘Do you want to know a secret?’ de los
Beatles —noto que sonríe.
(Tú)— ¿Sabes?
Estoy comenzando a sospechar que tú eras quien mandaba a esos tipos a darme
notas —dije incrédula.
Bill— Soy inocente
de toda culpa —dijo, soltando una risita.
(Tú)— Mmm, de
acuerdo.
Coloqué el
reproductor en mi celular y escuché toda la canción. Todo este maldito tiempo
tuve esta canción, la escuché miles de veces y hasta ahora le tomé sentido.
Dejé el teléfono a un lado, me levanté de la silla y me jalé los cabellos
repetidas veces (*Nota: si deseas escuchar la canción y leer la letra en
español puedes hacerlo*). Regresé y puse una sonrisa.
(Tú)— Ah, bueno…
Es una canción bonita —hago un mohín, recojo los trastos y los pongo en el
fregadero.
Bill— ¿En serio? La
verdad es que tenía otras opciones, pero opté por esta: Frances era
beatlemaniaca.
No digo nada y
miro el teléfono. Lo siento Frances, pero
Bill tendrá que evitar mencionarte. Comienzo a lavar los trastos y al
terminar no hay ruido del otro lado de la línea. Frunzo el ceño, me seco las
manos y reviso el teléfono: la llamada sigue corriendo.
Bill— ¿(Tú),
sigues ahí? —espetó.
(Tú)— Joder
—pensé—. Eh, sí… aquí sigo.
Bill— Oh, pensé
que me habías dejado colgado… de nuevo —susurró.
Sonrío. Me hubiera
encantado hacerlo.
(Tú)— No, como
crees —suelto una risita. Camino hacia la habitación y dejo el teléfono en el
tocador—. Pero me encantaría —farfullé.
Bill— ¿Qué
dijiste? —preguntó.
(Tú)— Que me
encantaría tener un buen té Arizona ahora mismo —dije.
Bill— Eres un
adicta a esas bebidas —noto como sonríe.
(Tú)— Sí. De
hecho, en algún lado… tengo todas las latas con todos sus diseños: me gustan
—saco algo de ropa del clóset y la dejo colgada en una silla.
Bill— Wow. Tienes
aficiones raras —dijo—, por cierto… ya que somos ‘novios’ ahora debemos
conocernos más: yo no sé nada de ti y tú sabes más de mí que mi madre.
Me detengo en lo
que estaba haciendo y niego con la cabeza.
(Tú)— Algún día.
Por cierto, ¿te ha dicho algo el doctor? Debo estar pendiente para cuando
salgas.
Bill— ¿Ah? Ah, sí…
Bueno, solo sabe decir que voy mejorando de manera efectiva y ya. La verdad es
que ya quiero salir de esta habitación, y de este hospital —bufa.
(Tú)— Solo serán 2
o 3 días más y listo.
Bill— Ya lo sé,
pero serán 2 o 3 días de tener que estar aguantando a chicas enfermeras que
quieren tener mi atención y eso me frustra. Quiero decir, ya tengo novia, y
solo debo prestarle atención a ella ¿no?
Río.
(Tú)— ¿Te refieres
a lindas chicas enfermeras? —le pregunté.
Bill— Exacto, pero
para mí están feas —dijo.
(Tú)— ¿Y apenas me
vienes diciendo que unas “lindas” chicas enfermeras te coquetean? Ojalá y no me
las encuentre porque sino mi señor amigo Jo de bambú va a querer tener una
charla corta con todas ellas —digo con ironía.
Bill— ¿Harías eso
por mí? Wow.
Luego reaccioné
por lo que dije: “¿Y apenas me vienes diciendo que unas “lindas” chicas
enfermeras te coquetean? Ojalá y no me las encuentre porque sino mi señor amigo
bastón de bambú va a querer tener una charla corta con todas ellas”, actué como
una auténtica chica celosa. Y no fue actuado tampoco, solo salió de mi boca.
Mide tus palabras: no hables por hablar. Sí, sí: lo que dije fue extraño.
(Tú)— Bueno, eres
mi novio y aunque no soy tan celosa… tengo mis límites. Por ahí un conocido
dice: “no soy celoso pero tampoco idiota”.
Bill— Tienes
razón. ¿Serías capaz de golpearlas a todas? —preguntó sorprendido.
(Tú)— ¿Y por qué
no? Al final ellas mismas sabrían como saturarse heridas y demás —sonrío para
mí misma.
Solo logré
escuchar una risita por parte de Bill y ya acomodado todo para irme lista a
trabajar mañana tenía que despedirme de Bill. Gracias al cielo.
(Tú)— Bueno, Bill…
ya tengo que irme. Perdón, pero mañana tengo que entrar temprano y hacer muchas
cosas, y hacer cálculos para al inventario, en fin… Será un día de arduo
trabajo —suspiro.
Bill— No hay
problema. ¿Mañana vendrás como acordamos, verdad?
(Tú)— Mmm, tarde
pero iré a verte ¿ok? Tú tranquilo —asiento para mí misma.
Bill— De acuerdo.
Nos vemos mañana, adiós. Te quiero mucho, mucho.
La llamada termina
y me quedo pensativa. Ha cambiado la frase ‘te amo’ por una más leve pero aún
así muy comprometedora.
Gracias por
leer y… sinceramente estoy reconsiderando dejar esta historia nuevamente –lo siento-
porque esto del blog se me está saliendo de control. Si ven el capítulo que
bien, y sino… pues ya. Quien logre verlo ¡perfecto! Gracias por el apoyo.
me encanto!!! :)
ResponderEliminaray no a mi me encanta la historia y espero que tengas paciencia yo te entiendo creeme un beso
ResponderEliminarNo dejes el blog! Yo no escribo hace un tiempo y estoy bien con mis 2! blogs, :) tranquila vas a un buen ritmo! haha me encanto la conversacion del palo de bambú y las enfermeras...Hay claro qeu lo amooo!!
ResponderEliminar:)
Saludos serxis!
:*
awww asta me comió mi emoción ok ya pero bueno me encanto demaciado esepero que no empeore las cosas uff pero bueno me despido cuidate mucho bye besos ^.^b
ResponderEliminarNoooo!!!!!!!!!!!!! no lo dejes así :(
ResponderEliminarDe verdad que es genial lo que escribes, continua por favor
Me encanto es que awww es tan fantástico
Cuídate mucho bye