9 de octubre de 2013

Capítulo 24



(Tú)— Para, para ¡para, Bill! —exclamé.



    Me mira sorprendido. Bufo y tomo mi cabeza entre mis manos, ¿qué estaba pasando? Caí, nuevamente. De la nada empezamos con un beso y Bill terminó sin playera y yo despeinada; ¿cómo pudo…? No puedo creerlo.



    Bill— Lo siento —espetó—, me dejé llevar por la situación y… —jadeó.

    (Tú)— Lo que hicimos estuvo mal y nunca volverá a suceder ¿vale? —suspiro— Dios.



    Ya ni siquiera sabía que pensar o qué decir. ¿Cómo negar que aún me gustaba Bill y que muy, muy en mis adentros quería darle otra oportunidad? Estaba más confundida que nunca.

    Me descubro la cara y lo veo a él, de cuclillas y con una sonrisita. Estúpido… y sensual Bill Kaulitz. ¿Por qué demonios no podía decirle que no aún sabiendo sus posibles consecuencias? Temía que este sentimiento fuera más lejos.

Lo tomo del cuello y pego mi frente con la suya.



    Bill— De verdad… perdóname. ¿Me vas a dar otra oportunidad? —dijo.

    (Tú)— Con la condición de que si lo vuelves a hacer cada quién por su lado: desconocido tú, desconocida yo —asiento.

    Bill— Entonces jamás voy a fallarte, en serio.



    Le doy un casto beso en su nariz y rápido Bill me levantó y cargó felizmente. El problema ahora era que me quedé sin salario por dos enormes y largas quincenas; supongo que mi abuela tendrá que pensar en algo respecto a eso. Me baja Bill y quedo pensativa: tengo dinero en el banco pero lo he estado guardando para algo durante mi estadía aquí, tal vez y ahora tenga que encoger las manitas y usarlo. Bendita suerte tengo yo.

    ¿Tú hubieras perdonado a Bill? Yo la verdad tengo mis dudas, creo que me estoy arrepintiendo ahorita.



    Bill— ¿Qué pasa? —dijo notando mi cara.

    (Tú)— Ah, nada —niego con la cabeza—: algo equis.

    Bill— ¿Es por lo del dinero? —espetó. Vaya: creo que quedó con esa mortificación, aunque sí, él tuvo la culpa. Y Emmanuel también me debe algo de dinero por lo que hicieron— No te preocupes: yo voy a darte lo que perdiste, eso te lo aseguro.

    (Tú)— ¿Qué? ¡Nada de eso! —exclamé.

    Bill— ¿Por qué? No tiene nada de malo.

    (Tú)— Pues sí, puede que me tengas que dar algo: ustedes hicieron el desorden y yo no pero no, no aceptaré eso: prefiero estar sin mi salario a que me des dinero tuyo —fruncí el ceño.

    Bill— No seas mediocre y acepta: dime la cantidad y yo te la daré.

    (Tú)— ¿Mediocre yo? —dije indignada— Mira que si no fueras mi novio ya te habría dejado inconsciente o yo qué sé. Bill, no lo repetiré otra vez: no quiero dinero tuyo.

    Bill— Que necia eres, (Tú) —me miró con los ojos entrecerrados.



    ¿Qué más daba? Tenía que aceptar, sino estaría insistiendo y aparte no debía sacar más dinero del banco.



    (Tú)— De acuerdo, de acuerdo, tú ganas —suspiré resignada—. Con tal de complacerte.

    Bill— ¿Con tal de que me complazcas? Lo estás haciendo solo con ser mi novia —suelta una risita.

    (Tú)— Oh, Bill: será mejor que pronto te diga quién soy yo realmente.



    Abre sus ojos como platos y sonríe.



    Bill— ¿De verdad? —dijo algo emocionado— Entonces tendré que invitarte a algún lado: quiero que sea especial.



   Me abraza fuertemente. Si supieras… No digo nada y le correspondo el abrazo.



    Bill— ¿Cuándo quieres que sea? —me pregunta al estar ya separados.

    (Tú)— Bueno —sonrío nerviosa—, no sé. ¿La próxima semana? Ahorita estaré bastante ocupada.

    Bill— Perfecto.



* * *



    Shannon— ¿Ves? Ya están juntos de nuevo —dijo ella divertida.

    (Tú)— ¿Quieres guardar silencio? Harás que me arrepienta —bufé, mirando unas cuantas blusas.

    Shannon— No eres capaz —dijo.

    (Tú)— No me… oye tú… —la miro y suspiro. Tenía razón— Carajo —dije y volví la mirada  a las blusas.



    Ella tan solo rió.



    Shannon— ¿Y ese milagro que por fin decidiste acompañarme a comprar algo? —me preguntó, mirando cómo le quedaba un vestido azulado.

    (Tú)— Quería des estresarme un rato… así que vine contigo; además, creo que necesito ropa —dije.

    Shannon— Bill puede comprarte.

    (Tú)— No, gracias —hago un mohín.



    Sábado, 6.54 pm. Bill me había avisado desde antes que estaba aún trabajando y que tardaría algo para venir por mí al restaurante (no te burles, él nunca me lo platico. Solo vino un día y desde ahí empezó todo), así que yo le avisé que estaría con Shannon haciendo cosas que hacen las mujeres. ¿Qué? Tiene tiempo que no compraba ropa. A veces pienso que soy poco femenina. “¡Hombre!”, exclamó burlona mi subconsciente. Sí, soy más hombre mujer. Bill me repitió miles de veces que tuviera cuidado al volver o que trataría de alcanzarme en el centro comercial para que llegara viva a casa.

    Seguí mirando algunas blusas y luego pasé con ropa deportiva. Necesitaba algunas blusas de tirantes para entrenar más cómoda en aikido o algo así. Shannon me alcanzó y miraba algunas bicicletas.



    Shannon— Y a todo esto, ¿en serio tendrás una cena con Bill la próxima semana? —preguntó curiosa.

    (Tú)— Sí, ya me harté de… no contarle sobre mí, y a ti también; es más, a todos —dije soltando un bufido.

    Shannon— ¿Acaso no eres lo que dices? —exclamó.

     (Tú)— Claro que sí, pero me refiero… a algo más allá —dije.

    Shannon— ¿Cómo las sombras de Christian Grey de su libro? —sonrió.

    (Tú)— Ah… algo así —fruncí el ceño. La miro—. ¿Ya leíste el libro?

    Shannon— Sí —asintió emocionada—: te enamoras. Bueno, a mí me encanto.

    (Tú)— Me gustaría leerlo.



    En la tienda suena de fondo ‘We Can’t Stop’ de Miley Cirus. La canción es bastante pegajosa. Caminamos hacia otro lado y llegamos a la zona de mujeres: joyería, ropa para dama, maquillaje entre otras. Shannon me llama para ver algunos collares y mi atención se desvía a un anillo: de plata y con algunos bordes dorados y una piedra al centro. Como típico anillo que toda mujer desearía… y por un momento pensé: “¿qué se sentiría tenerlo en mi dedo anular?”.



    Shannon— Vaya, tú viendo eso… Me sorprendería si un día me dijeras: “Shannon, estoy comprometida con Bill” —sonrió.



    Reacciono y frunzo el ceño. Me gustaba Bill pero no tanto como para comprometerme con él: eso es más serio. La miro y niego con la cabeza; a veces ya me daba miedo lo que me dijera la gente: ¿y sí se hace realidad? Matrimonio no: eso es una adivinanza. Camino hacia donde hay vestido y suena mi celular con ‘Get Lucky’ de Daft Punk. Es un mensaje de Bill.



En donde estas?



    Seguro ya había llegado. Escribo el mensaje y lo envió.



Por… donde vendes vestidos para vi… mujeres (:



    Shannon— ¿Vendrá Bill? —espetó.

    (Tú)— Sí, creo que ya está dentro —asentí—: mientras veamos algunos vestidos sino moriré de aburrimiento.

    Shannon— Vale… ¡Mira ese vestido negro! —exclamó emocionada.



    Me jala de la mano y nos encaminamos al vestido negro. Era lindo: sin un hombro, con detalles dorados y una flor artificial en el hombro izquierdo.  Shannon babeaba por el vestido cuando me taparon los ojos; sonreí, toqué sus manos y rápido lo supe: Bill.



    (Tú)— Bill, ya sé que eres tú —dije divertida.

    Bill— ¡Taran! —canturreó él sonriente cuando giré para mirarlo— Llegué por fin —suspiró.

    Shannon— Hola —intervino.

    Bill— Oh, hola Shannon —dijo él y se acercó a ella para besarle la mejilla.

    Shannon— (Tú) estaba preocupada porque no venías —dijo, mordiendo su labio inferior.



    Abro los ojos como platos y la miro.



    Bill— Pero te había dicho que estaba trabajando todavía, cariño —me dijo.

    (Tú)— No le creas —negué con la cabeza.

    Shannon— Oh, y espera a que le regales un anillo de compromiso —añadió.

    (Tú)— ¿Qué? Ah, ¡no! —exclamé. Qué vergüenza.



    Bill solo alzó las cejas y sonrió con ternura. ¿De verdad él le…? Maldición, te odio Shannon: eres más habladora que yo cuando me emociono por algo. Me di un golpe en la frente y bufé.



    (Tú)— Mira, no me enojo contigo Shannon porque eres mi amiga y me caes bien, sino ya te hubiera revirado la boca a la nuca.

    Shannon— ¡Ay! —chilló— Que tosca eres: solo trato de decir lo que callas.

    Bill— ¿No te gustaría que te comprara uno? —me preguntó tímidamente.

    (Tú)— ¿Ah? ¡No! —dije— Olvídenlo —bufé nuevamente y camino a otro lado.



    Ahora sí estaba molesta. No sé por qué, pero me molestaba hablar de matrimonios o cosas parecidas; ¿qué? Sólo tenía curiosidad por el anillo. Maldito pasado, aléjate de mí, carajo. Bill me siguió mientras me llamaba pero lo ignoré. Se supone que es una broma y no debía molestarme… demonios.



   Bill— Oye, (Tú), tranquila: Shannon solo jugaba —dijo extrañado.



    Freno en seco y suspiro. Simplemente no podía evitar el sentirme molesta por una cosa tan ridícula e insignificante.



    (Tú)— Perdón Bill —dije cansada—, lo que pasa es que… no me gusta hablar de esas cosas ¿sí?

    Bill— Está bien; creo que Shannon se sintió un poco mal por molestarte —sonrió.

    (Tú)— Oh, ahí viene Shannon —dije, mirando sobre su hombro.



    Shannon se acercó tímidamente hacia nosotros; me dio algo de gracia, pues estaba colorada de las mejillas. Se me hizo también algo tierna.



    Shannon— Uh, ¿me perdonas? —me mira.

    (Tú)— No seas tonta, Shay —río—: obvio sí. Perdóname a mí: no sé que me pasó; odio hablar de matrimonios y cosas así.

    Bill—Eres un enigma, (Tú).

    Shannon— ¿Tuviste un matrimonio antes? —casi exclamó sorprendida.



    Alzo las cejas y niego con la cabeza.



    (Tú)— No —fruncí el ceño.

    Shannon— Oh…



    Nos quedamos en silencio. Suspiro y Bill abre la boca y luego la cierra. Alguien que hable por favor.



    Shannon— Bueno, yo creo que… ya me voy —echa un vistazo hacia atrás.

    (Tú)— ¿Ya? —digo— Como sea, nos vemos ¿luego?

    Shannon— Seguro —asintió esbozando una sonrisa. Se acerca a mí y me besa la mejilla, luego con Bill y hace lo mismo—, adiós guapos: no hagan cosas malas.



     Bill y yo reímos.



    Bill— Con cuidado señorita.

    Shannon— Seguro —alza su pulgar y se va caminando.



    Segundos después miro a Bill, sonreímos y me abraza sorpresivamente. Hace que camine hacia atrás aún abrazados. Yo insisto en que él da los mejores abrazos: tiene unos brazos tan lindos… y con lindos tatuajes también. Sigo teniendo una duda: ¿por qué él se habría tatuado a una sirena besando a una chica? Es… algo loco y extraño. Es todo un adicto a esas cosas.



    (Tú)— Me voy a caer Bill —dije riendo.

    Bill— No dejaría que te cayeras —murmuró.



    Seguimos caminando hacia atrás. Por sobre el hombro de Bill alcanzo a mirar a Tom y a Jennifer: están viendo ropa de una boutique; siento algo en el estómago y me suelto de Bill, lo tomo de la mano y caminamos rápido fuera de ahí. Cruzamos una avenida y ya al estar lejos de ellos beso a Bill para que no sospeche nada.

No sé, no quería que Bill conociera a Tom y Jennifer: apenas y lograba contarles lo que hacíamos juntos en ocasiones y que tan bien va nuestra relación. No me parece apropiado.



    Bill— ¿Alguien nos seguía o qué? Sentí que me separaba de mi brazo —dijo divertido.

    (Tú)— Que nena eres —frunzo el ceño—, ¿nos vamos? Ya está oscureciendo —miro el cielo.

    Bill— Seguro —asintió—, justo dejé el auto cerca de aquí.



    Comenzamos a caminar hasta llegar al auto de Bill, entramos y él arranca casi de inmediato. En el camino reviso mi celular con próximos eventos o tareas a realizar: pedidos para banquetes de fiestas, torneo de aikido, etcétera. Tengo también mensajes en facebook de amigos y mi primo chocante Alan; invitaciones a fiesta y publicaciones en mi perfil.

Dejo el celular entre mis piernas y miro a la ventana del auto. ¿Ocuparía este lugar Frances? A todo esto, he estado tan idiotizada por Bill que ni de ella me acordaba; y ¿Bill se acordaría de ella? No lo había tomado en cuenta; desde aquella vez que me contó como fue el accidente que tuvieron no ha vuelto a mencionarme nada; envidio el psiquiatra Maxwell que lo atiende: él ha de saber todo y yo no. Tengo que aguantarme la duda de saber más allá de Bill, y él seguramente a que querer lo mismo de mí.

    Siento la mano de mi novio tocarme la pierna al detener al auto frente a un semáforo en rojo. Ni siquiera tuve idea de cuánto tardaríamos en llegar a mi casa. Hoy la pasaría con Bill… no, no de ese modo: veríamos una película normal, algo bastante típico en una pareja; y aunque tratara de hacerme algo ya lo habría dejado inconsciente antes de que me tocase.



    Bill— Tengo planeado hacer algo mañana, o si es posible desde hoy —dijo.

    (Tú)— ¿Y…? —lo miro.

    Bill— Poco a poco me estoy liberando de toda mi mierda, así que necesito hacerle un cambio a mi casa: que sea tranquila como la tuya —asintió para sí mismo.



    Lo miro sorprendida. ¿Bill quería deshacerse de… todo aquello que hizo con Frances? Me parece un gran avance: otra persona jamás lo hubiera hecho.



    (Tú)— ¿Me estás hablando en serio? —le pregunto— ¿No me estás…? ¿En serio?

    Bill— Sí —afirmó y luego añadió—: no puedo estar feliz contigo en ratos, regresar luego a mi casa y ver todo… asquerosamente lúgubre: no quiero eso para mí.



    Pisó el acelerador y el auto comenzó a andar de nuevo; yo estaba todavía sorprendida. Que su casa sea igual de tranquila que la mía… bueno, la mía no tiene nada interesante: paredes azul aciano, un sofá grande y frente a este una televisión de 20”; fotografía del Abbey Road de los Beatles y dos más con la versión de Mafalda; no sé: me gustan las cosas simples. No creo que eso te haga sentir tranquilo.

¿Cómo le gustaría a Bill que fuera su casa entonces? Es tan grande que ni me imagino el trabajo para los muebles, el color de las pinturas… pero sobre todo para deshacerse de aquellas cosas que seguramente eran valiosas para él. ¿Te imaginas que tirara la fotografía que tiene de Frances justo sobre su chimenea? Que… miedo.



    (Tú)— Entonces, ¿cuál es tu idea? —le pregunté.

    Bill— Estoy consultado con varios amigos expertos en decoración: tienen propuestas interesantes, pero también necesito tus ideas —dice—. Bien dicen que las mujeres tienen mejor gusto que los hombres.



    Me echo a reír.



    (Tú)— Lamento fallarte, pero en mi caso eso es falso —me encojo de hombros.

    Bill— ¡Eres mujer! —exclamó irónico— No puede ser eso —sonrió—, pero bueno… sigamos con el tema: necesito deshacerme de algunas cosas ya —suspiró.

    (Tú)— Oh, Bill —niego con la cabeza—: quieres hacer todas las cosas en tan poco tiempo —suspiro—. Tú trabajas, yo también; quieres hacer lo de la cena y eso está también en veremos; quieres hacer esto de tu casa… falta que quieras que vaya a vivir a tu casa —río—, pero en serio… Vamos con calma: hay aún tiempo —lo miro.

    Bill— Pues sí pero… ok, tienes razón —dijo finalmente—: iremos con calma… ¡Pero! Lo de la cena sigue en pie —me mira y sonríe.

    (Tú)— Claro: tengo duda de a qué lugar me vas a llevar —entrecierro los ojos.

    Bill— Eso es secreto —me lanza un guiño y regresa su mirada al frente.

    (Tú)— Detesto los secretos de ahora en adelante —bufé, cruzándome de brazos—: todo por tu culpa.



    Suelta una carcajada.



    Bill— ¿Por mi culpa? Mmm, ¿debo sentirme ofendido o halagado? —se preguntó a sí mismo.

    (Tú)— Las dos cosas.



    El trayecto a casa sigue, ninguno volvió a pronunciar una palabra más que en nuestros absortos pensamientos. Vivir en la casa de Bill… Eso me suena a: cero trabajo para mí, estar encerrada en casa, actuar como esposa… Uy. Para nada del mundo querría eso: es como si todo el tiempo fuera un animal encerrado en su jaula.

Veía pasar casas, árboles, gente, mascotas y otros paseando en sus bicicletas. Nunca pensé que Bill Kaulitz llegaría a gustarme: ocurrió lo que no quería que ocurriera; al parecer se me está cumpliendo todo lo contrario.

    Mi celular suena y automáticamente Bill y yo lo miramos. Es un mensaje de Santiago…



En 3 minutos…



    No le respondí. Me llamaría en aproximadamente 3 minutos, o algo así. Llegamos a casa, yo fui la primera en salir, saqué las llaves de mi casa y abrí rápidamente; Bill entró después de mí. Lo que hice primero fue acostarme en el sofá grande y descansar un poco.



    Bill— Espero que hayas preparado tus cosas —me dijo.

    (Tú)— No me cuestiones —bufé—: las hice desde ayer en la noche.

    Bill— Eso me gusta.



    Mi celular suena nuevamente y lo tomo. Mañana trabajaría Santiago de 9 a 11 para ayudarle a Sophie con algunos vinos y un pequeño inventario de ellos, así que me pidió ayuda para poder manejar el I pad y el programa para hacer las hojas de cálculos; fue fácil enseñarle aunque dudo que me haya entendido.

    Momentos después recogí mi mochila con todas mis cosas, dejé todo perfectamente bien antes de que Bill y yo nos fuéramos, salimos de ahí y luego nos fuimos a su casa. El hecho de pensar en que regresaría ahí por tercera vez me ponía algo nerviosa, y a Bill también. No tardamos mucho en llegar; entramos como si nada y miré todo. Vaya: Bill hizo el intento de limpiar su casa. No botellas de alcohol, nada de basura, ni ropa por ahí… Limpio. Genial. La tensión poco a poco fue cesando.



    (Tú)— Me gusta más la casa así —dije.

    Bill— Pero a mí no —espetó.

    (Tú)— Ok —murmuro.

    Bill— Mejor vamos a la habitación.



    Antes de que camine lo tomo de la mano.



    (Tú)— No dormiremos en esa, ¿verdad? —lo miré. Sabía a qué me refería.

    Bill— No —sonrió—, vamos.



    Él se encargó de cargar mi mochila, subimos las escaleras y mientras llegábamos a la habitación me percaté de varias fotografías y pinturas: Frances sentada en una banca con ropa negra y… bastante linda. No dije nada cuando pasamos por ahí; llegamos a la habitación y me percaté de que ésta era una de las más decentes que pude haber visto. Paredes blancas, una cama grande y perfectamente impecable, ventana al frente y un balcón afuera; un baño y junto a este un clóset. Me gusta: me gusta lo simple.



    Bill— Ah, bueno… yo duermo aquí —explicó—: me siento más cómodo aquí.

    (Tú)— Está bien… me gusta así: cero ostentoso —lo miro y asiento—. ¿Nunca lo ocuparon… o nunca la ocupaste? —pregunté.

    Bill— La verdad no, pero creo que ahora debo estar aquí… hasta que re decore toda la casa —sonrió.



    Recorro la habitación. Sí, definitivamente me gusta esta habitación.



    (Tú)— Pero bueno, ¿quieres cenar? Yo me estoy muriendo de hambre; vamos —lo jalo y salimos de la habitación.

    Bill— Con cuidado —rió.

    (Tú)— El último es gay —dije divertida.



    Lo suelto y corro hacia las escaleras, las bajo con rapidez e impido que Bill las baje; me subo al barandal de madera y me deslizo sobre él, toco el suelo y llego a la cocina pero él me carga como saco sobre su hombro y suelto un gritito. Me baja en un solo movimiento, reímos a carcajadas y luego nos besamos.

¿Por qué tenía que ser así? Bill me gustaba como nunca, tanto como me gustaría que Narcissus Spark —personaje protagónico del libro ‘Corazón Negro’— fuera real. Así de grande estaba la situación.



    (Tú)— Eres un tramposo, gay —dije.

    Bill— Me tapaste el camino para que no pudiera pasar y así ganarte —me mira serio.

    (Tú)— Se valía de todo —me encojo de hombros—: debes ser más creativo para ganar —sonrío.



    Le doy un beso corto, se separo de él y miro el refrigerador. Hay variedad de cosas, podría hacer miles de cosas.



     (Tú)— Es increíble que no cocines con todo esto —dije sorprendida.

     Bill— Digamos que paso más tiempo en restaurantes; casi no cocino, y eso apenas solo lo hago en mis días libres —dice—… no soy bueno en eso.

     (Tú)— Pues deberías —lo miro. Me pongo de cuclillas—: es un asunto fácil. Además, debes aprender para cuando tú me cocines —sonrío burlona.

    Bill— ¿What? ¿Yo cocinarte? —bufó— Ni loco.

    (Tú)— Ok, entonces… —dejo todo en una pequeña mesa— hazlo tú; yo no voy a cocinar —pongo las manos en alto.



    Abre sus ojos como platos.



    Bill— No me hagas eso, (Tú), por favor: de verdad no sé cocinar —chilló.

    (Tú)— Hazle como puedas, así que, pícale hombre que ya tengo hambre.

    Bill— Pero… no sé qué hacer.

    (Tú)— Impresióname —sonreí.



    Salí de la cocina y me decidí a pasearme por la casa de Bill, no tenía nada de malo conocer la casa de mi novio… y mirar una que otras cosas de ahí. Subí las escaleras mirando cada pintura, fotografía que había en las paredes; apenas y pude reconocer algunas pinturas de Picasso y Van Goh, otras eran fotografías de Bill y Frances… en su boda por el civil —cosa que me hizo estremecer—, en un parque de diversiones, etcétera. Me gustaron las fotos. Frances era una de esas chicas malas que… no socializaban, o al menos eso logro captar: se ve tan seria y ruda en esas fotos. ¡Beatlemaniaca a no más poder! Eso explica lo de las miles de fotografías de esa banda en el cuarto donde dormía con Bill: el collage, por decirlo así, está puesto atrás de la cama y se ve bastante bien. Fue lo que más me ha gustado de todo.

    Sigo caminando por el enorme pasillo y escucho la voz de Bill llamarme. Tenía que ser hombre; ellos también deberían aprender a cocinar como nosotras: una siempre hace todo. Bajo rápidamente y él está concentrado haciendo pasta. Vaya.



    (Tú)— ¿Qué pasa? —le pregunté.

    Bill— ¿De qué o qué? —me mira extrañado.

    (Tú)— ¿Tú no me… hablaste? Yo…, te escuché —dije.

    Bill— Mmm, no —sonrió—. No te llamé.



    Alzo las cejas. Pero… yo lo escuché claramente: no puedo estar tan mal de mi oído. Enloquecí. Lo escuché como si estuviera a dos metros cerca de mí. O sea que ahora escucho cosas que no son.



    (Tú)— Ah, ok, no importa. Perdón, tú… sigue cocinando —asiento y sonrío—. Ahora vuelvo.

    Bill— Ok —dijo él.



    Vuelvo a subir las escaleras algo extrañada pero momentos después se me olvida y continúo viendo algunos objetos curiosos —y ostentosos—, entro al anterior cuarto de Bill para mirar todo. La habitación parecía del siglo XVIII, y aunque ya la había visto varias veces siento como si regresara el tiempo; me causa muchas sensaciones. ¿Creerás que aún sigue varias prendas de ropa de ella? Es más inquietante todavía. Tengo ese pequeño pensamiento de que Bill extraña a Frances… y no se deshará de eso tan fácilmente. Lo entiendo un poco.

Salí de la habitación y caminé como si fuera a la de Bill y mía pero me seguí derecho y al final tres puertas se encontraban alrededor mío; no supe cual abrir así que lo hice con la puerta derecha. No encontré gran cosa: solo polvo, cajas, más pinturas y objetos ostentosos. Hurgué un poco ahí y sentí algo rodearme la mano. No grites, no grites: puede ser solo una asquerosa y… gorda… y enorme rata. Nada más. No. Te. Alteres. Sacudí mi mano y luego salí de ahí; lo peor de todo fue que al salir nunca me percaté de que solo una minúscula y casi muerta luz iluminaba todo el lugar; casi salí corriendo de ahí. Digamos que la oscuridad no era del todo lo mío.

    Ya sin nada que hacer regresé a mi habitación. Solo le escuchaban algunos grillos cantar y algunos autos pasar; me interesó el salir al balcón y ver algo bueno. Solo árboles vi mientras se movían, casi como bailaran, también a unos niños jugando y a una chica decirme a mí… Sí, decirme a mí: “—cuídalo mucho. Él también te ama a ti”. ¿Cómo rayos pudo decírmelo exactamente a mí y ni siquiera me conoce? Casi que lo grito para que todo mundo lo escuchara. Eres alma débil (Tú), acéptalo.

    Tuve que regresar a la cocina con Bill. Me sentía tan rara estando aquí, y más sola.



* * *



    Bill— Digamos que ella era la típica antisocial de la escuela, con aficiones extrañas y así: solo tenía 2 amigas y otros cuatro que eran chicos. Muy loca también: amaba el relajo con sus amigos y así; era toda una doble cara. ¿Sabes? Cuando la vi por primera vez me dije: “que mal se viste esa chica, y que pésima actitud tiene”.



    Lo miro más intrigada mientras sigo comiendo de esa deliciosa pasta que Bill ha cocinado. Es increíble que él me esté contando esto: Frances era una loca desquiciada total. Con todo respeto. Me impresiona.



    Bill— Ella iba en el E y yo en el G. Jamás la vi sin un libro a la mano: amaba leer toda clase de libros; y claro, jamás la vi tampoco sin su mochila llena de botones de sus bandas favoritas: al principio traía 6 pegados, luego pasaron a diez, después a 20 hasta que perdí la cuentas: inclusive traía pegado en la banda donde uno se cuelga la mochila. Pensé que era una loca satánica. En las fiestas que hacía la escuela ella siempre vestía mallas de red, shorts de mezclilla o negros completamente, sudaderas negras y una playera con el estampado de alguna anda favorita suya. Nunca la vi con alguna prenda de color claro. Jamás. Y creo que aún no la veré con algo así —sonrió al recordarla.



    “Nunca supe su nombre hasta el segundo semestre: Frances Presario Merced. A decir verdad ese nombre me sonaba extraño, es más, su nombre completo era y es extraño; jamás lo había escuchado. Averigüe su nombre por una amiga suya la cual también era mi amiga, y me dijo que su papá era fanático de una banda de rock llamada The Vaselines: el guitarrista de esa banda tenía el nombre de Frances. Algo muy extraño (pero bastante original).

    Un poco de tiempo después nos cambiaron de salón y justo quedó ella en el mío y dos de sus amigos anteriores. Estar con ella casi la mitad del día era bastante loco: cuando me tocaba hacer actividades en equipo con Frances yo y los demás debíamos estar en constante movimiento; no hablaba y se dedicaba a hacer las actividades. ¿Te impresiona saber que ella acababa mucho antes que nosotros las actividades y nos la pasaba y se iba con sus amigos? Por un momento pensé que me odiaba, ya que siempre nos topábamos en casi todos los lugares de la escuela”.



    “En inglés nos tocaba hacer siempre actividades juntos. Su pronunciación era excelente, y en una que otra ocasión echábamos relajo: poco a poco fui conociéndola y me fui haciendo su amigo. Logré adaptarme a sus otros amigos y los cuatro ya habíamos formado un grupito, como los demás, a pesar de que tuve que dejar mis anteriores amigos ya que con Frances, Stephanie y Alejandro (sus amigos) me divertía más. Lo malo de esto fue que la flojera me gana y bajaba a veces mis calificaciones.

Nos llevábamos bien y toda la cosa, ya hasta nos habíamos hecho muy buenos amigos (aunque a ella no le gustaba decirme “mejor amigo”, lo detestaba y según no le gusta tener “mejores amigos”)… pero tuvo que irse a Florida. Mmm, podría decirse que ahí ya me gustaba un poquitísimo ella: era fascinante, con gustos locos pero geniales.

    Nuestra amistad duró apenas un maldito año y ella se fue. Me dejó como regalo un libro llamado ‘Un grito de amor desde el centro del mundo’ de un autor japonés ya que nunca le gustó. Esa Frances. Siempre renegó de ese libro: nunca le gustó y gastó varios euros que bien pudieron servirle para otro libro”.



    “Para cuando cumplí los 18 años volvimos a encontrarnos y pues… se veía increíblemente espectacular: ¿qué había pasado con la chica de cabello parecida a Amy Lee? Tenía ya el cabello rojo y un físico espectacular. No evité sentirme nuevamente como idiota enamorado. Esta vez las cosas iban en serio”.



    Pude sentir claramente una cachetada directamente indirecta. ¿Si me di a entender? Lo sabía: me siento inferior a ella. Creo que no podré ser como ella. Bill me ha dicho su prototipo perfecto de mujer, y me frustra pensar que él muy dentro de sí desearía que yo fuera como Frances. Frustración, decepción, frustración…



    Bill— ¿Qué pasa? —dijo interrumpiendo su anécdota— ¿Te sientes bien? —preguntó.

    (Tú)— No, eh… estoy bien: me acordé de algo, pero tú sigue —sonrío—: ¿qué pasó después? —inquirí.



    Me mira desconfiado y deja de hablar. ¡Ay! Iba en la mejor parte: cuando Frances le echó de habladas a Simone ‘Salvaje’ Kaulitz al momento de casarse. Creo que de todo eso fue la mejor parte.



    Bill— No, luego hablaremos de eso. Cuéntame algo de ti —sonríe y deja nuestras bandejas de madera en el suelo, luego añade—: algún novio antes de mí… no sé.



    Río.

   ¿Por qué a todos los chicos les interesaba ese tema?



    (Tú)— Me sorprende tu capacidad para saber qué tema sacar como debate ¿ah? Eres asombroso.

    Bill— ¡Hablo en serio! —dijo divertido— Debo saber cómo trataron mis ex socios a mi novia —se reincorpora junto a mí en la cama y me rodea la cintura con un brazo.

    (Tú)— ¿Ex socios? Ah, bueno —frunzo el ceño—… Solo te diré para que dejes en enchinchar ¿vale?

    Bill— ¿Enchinchar? ¡Yo no enchincho! —chilló.

    (Tú)— Solo cállate y escucha —suspiro. Él cambia de posición: sentado frente a mí y con una enorme cara de curiosidad. Río al ver su cara: es tan lindo y gracioso y… adorable—. Deja de poner esa cara de tonto.

    Bill— Solo habla —asintió aún sonriente.



    Suspiro nuevamente. No siempre iba contándole por ahí lo que pasaba con mis novios —excepto a la abuela. A ella no podía ocultarle nada—: era como divulgar mi privacidad.



    (Tú)— Mi primer novio lo tuve a los 15 años y se llama… mmm, se llama… Gustavo —asentí—. Digamos que solo me gustaba y ya: no era de esas que solo con una semana ya lo amaba o algo así.

    Bill— ¿Cómo fue contigo? —preguntó.

    (Tú)— ¿Normal? —alzo las cejas y sonrío— Ya. En serio. Fue normal conmigo: ni tan meloso pero tampoco tan seco; nos complementamos mucho ya que éramos casi iguales, menos nos dábamos regalos en nuestros “aniversarios” —me encojo de hombros—: fue el que más o menos me acompañó en la pérdida de mis… familiares. Muy chido conmigo, en serio.

    Bill— ¿Nunca te dio regalos? ¿Jamás? —exclamó sorprendido.

    (Tú)— Bill, el hecho de que tú tengas dinero es otra cosa; ninguno de nosotros dos teníamos dinero así que… nada: nada de regalos. A puras penas y salíamos al cine 2 veces por mes.

    Bill— Ya. ¿Cuánto duraron?

    (Tú)— ¡Bill! Eres un chismoso —entrecierro mis ojos—, pero bueno… duramos eso de 6 meses y ya —bufé.



    Abre su boca formando una o y se la tapa con su mano izquierda. ¿Tan malo era durar 6 meses con alguien? Eso para mí fue una eternidad.



    Bill— Eres increíble —suelta una carcajada.

    (Tú)— No te burles —digo ofendida—. La verdad es que de novio pasó a ser mi hermano también: creo dejó de funcionar todo a los 4 meses —río.

    Bill—No puedo creerlo, (Tú). Me sorprendes.

    (Tú)— ¿Es poco o mucho? —fruncí el ceño— No sé cuánto te duraban tus relaciones; seguro eran de 2 meses y ya.

    Bill— No te burles.



    Río con más fuerza. Era cierto entonces.



    (Tú)— Típico de los niños ricos —digo divertida—, pero bueno: eso fue todo con Gustavo —sonrío.

    Bill— Wow. Que simple. Ojalá y todas las relaciones fueran así: normales…

    (Tú)— Sí…



    Guardamos silencio.



    Bill— Pero bueno —dijo finalmente—, ¿otro novio después de… Gustav…? —me mira.



   Miro a otro lado. Otra cosa de la que no me gustaba hablar.

   Marcos.


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