(Tú)— Para, para ¡para, Bill! —exclamé.
Me mira
sorprendido. Bufo y tomo mi cabeza entre mis manos, ¿qué estaba pasando? Caí, nuevamente. De la nada empezamos
con un beso y Bill terminó sin playera y yo despeinada; ¿cómo pudo…? No puedo
creerlo.
Bill— Lo
siento —espetó—, me dejé llevar por la situación y… —jadeó.
(Tú)— Lo
que hicimos estuvo mal y nunca volverá a suceder ¿vale? —suspiro— Dios.
Ya ni
siquiera sabía que pensar o qué decir. ¿Cómo negar que aún me gustaba Bill y
que muy, muy en mis adentros quería darle otra oportunidad? Estaba más
confundida que nunca.
Me
descubro la cara y lo veo a él, de cuclillas y con una sonrisita. Estúpido… y sensual Bill Kaulitz. ¿Por
qué demonios no podía decirle que no aún sabiendo sus posibles consecuencias? Temía
que este sentimiento fuera más lejos.
Lo tomo del cuello y pego mi frente con la suya.
Bill— De
verdad… perdóname. ¿Me vas a dar otra oportunidad? —dijo.
(Tú)— Con
la condición de que si lo vuelves a hacer cada quién por su lado: desconocido
tú, desconocida yo —asiento.
Bill—
Entonces jamás voy a fallarte, en serio.
Le doy un
casto beso en su nariz y rápido Bill me levantó y cargó felizmente. El problema
ahora era que me quedé sin salario por dos enormes y largas quincenas; supongo
que mi abuela tendrá que pensar en algo respecto a eso. Me baja Bill y quedo
pensativa: tengo dinero en el banco pero lo he estado guardando para algo
durante mi estadía aquí, tal vez y ahora tenga que encoger las manitas y
usarlo. Bendita suerte tengo yo.
¿Tú
hubieras perdonado a Bill? Yo la verdad tengo mis dudas, creo que me estoy
arrepintiendo ahorita.
Bill—
¿Qué pasa? —dijo notando mi cara.
(Tú)— Ah,
nada —niego con la cabeza—: algo equis.
Bill— ¿Es
por lo del dinero? —espetó. Vaya: creo que quedó con esa mortificación, aunque
sí, él tuvo la culpa. Y Emmanuel también me debe algo de dinero por lo que
hicieron— No te preocupes: yo voy a darte lo que perdiste, eso te lo aseguro.
(Tú)—
¿Qué? ¡Nada de eso! —exclamé.
Bill—
¿Por qué? No tiene nada de malo.
(Tú)—
Pues sí, puede que me tengas que dar algo: ustedes hicieron el desorden y yo no
pero no, no aceptaré eso: prefiero estar sin mi salario a que me des dinero
tuyo —fruncí el ceño.
Bill— No
seas mediocre y acepta: dime la cantidad y yo te la daré.
(Tú)—
¿Mediocre yo? —dije indignada— Mira que si no fueras mi novio ya te habría
dejado inconsciente o yo qué sé. Bill, no lo repetiré otra vez: no quiero
dinero tuyo.
Bill— Que
necia eres, (Tú) —me miró con los ojos entrecerrados.
¿Qué más
daba? Tenía que aceptar, sino estaría insistiendo y aparte no debía sacar más
dinero del banco.
(Tú)— De
acuerdo, de acuerdo, tú ganas —suspiré resignada—. Con tal de complacerte.
Bill—
¿Con tal de que me complazcas? Lo estás haciendo solo con ser mi novia —suelta
una risita.
(Tú)— Oh,
Bill: será mejor que pronto te diga quién soy yo realmente.
Abre sus
ojos como platos y sonríe.
Bill— ¿De
verdad? —dijo algo emocionado— Entonces tendré que invitarte a algún lado:
quiero que sea especial.
Me abraza
fuertemente. Si supieras… No digo
nada y le correspondo el abrazo.
Bill—
¿Cuándo quieres que sea? —me pregunta al estar ya separados.
(Tú)—
Bueno —sonrío nerviosa—, no sé. ¿La próxima semana? Ahorita estaré bastante
ocupada.
Bill—
Perfecto.
* * *
Shannon—
¿Ves? Ya están juntos de nuevo —dijo ella divertida.
(Tú)—
¿Quieres guardar silencio? Harás que me arrepienta —bufé, mirando unas cuantas
blusas.
Shannon—
No eres capaz —dijo.
(Tú)— No
me… oye tú… —la miro y suspiro. Tenía razón— Carajo —dije y volví la
mirada a las blusas.
Ella tan
solo rió.
Shannon—
¿Y ese milagro que por fin decidiste acompañarme a comprar algo? —me preguntó,
mirando cómo le quedaba un vestido azulado.
(Tú)—
Quería des estresarme un rato… así que vine contigo; además, creo que necesito
ropa —dije.
Shannon—
Bill puede comprarte.
(Tú)— No,
gracias —hago un mohín.
Sábado,
6.54 pm. Bill me había avisado desde antes que estaba aún trabajando y que
tardaría algo para venir por mí al restaurante (no te burles, él nunca me lo
platico. Solo vino un día y desde ahí empezó todo), así que yo le avisé que
estaría con Shannon haciendo cosas que hacen las mujeres. ¿Qué? Tiene tiempo
que no compraba ropa. A veces pienso que soy poco femenina. “¡Hombre!”, exclamó
burlona mi subconsciente. Sí, soy más
hombre mujer. Bill me repitió miles de veces que tuviera cuidado al volver
o que trataría de alcanzarme en el centro comercial para que llegara viva a
casa.
Seguí
mirando algunas blusas y luego pasé con ropa deportiva. Necesitaba algunas
blusas de tirantes para entrenar más cómoda en aikido o algo así. Shannon me
alcanzó y miraba algunas bicicletas.
Shannon—
Y a todo esto, ¿en serio tendrás una cena con Bill la próxima semana? —preguntó
curiosa.
(Tú)— Sí,
ya me harté de… no contarle sobre mí, y a ti también; es más, a todos —dije
soltando un bufido.
Shannon—
¿Acaso no eres lo que dices? —exclamó.
(Tú)—
Claro que sí, pero me refiero… a algo más allá —dije.
Shannon—
¿Cómo las sombras de Christian Grey de su libro? —sonrió.
(Tú)— Ah…
algo así —fruncí el ceño. La miro—. ¿Ya leíste el libro?
Shannon—
Sí —asintió emocionada—: te enamoras. Bueno, a mí me encanto.
(Tú)— Me
gustaría leerlo.
En la
tienda suena de fondo ‘We Can’t Stop’
de Miley Cirus. La canción es bastante pegajosa. Caminamos hacia otro lado y
llegamos a la zona de mujeres: joyería, ropa para dama, maquillaje entre otras.
Shannon me llama para ver algunos collares y mi atención se desvía a un anillo:
de plata y con algunos bordes dorados y una piedra al centro. Como típico
anillo que toda mujer desearía… y por un momento pensé: “¿qué se sentiría
tenerlo en mi dedo anular?”.
Shannon—
Vaya, tú viendo eso… Me sorprendería si un día me dijeras: “Shannon, estoy
comprometida con Bill” —sonrió.
Reacciono
y frunzo el ceño. Me gustaba Bill pero no tanto como para comprometerme con él:
eso es más serio. La miro y niego con la cabeza; a veces ya me daba miedo lo
que me dijera la gente: ¿y sí se hace realidad? Matrimonio no: eso es una adivinanza. Camino hacia donde hay
vestido y suena mi celular con ‘Get Lucky’
de Daft Punk. Es un mensaje de Bill.
En donde estas?
Seguro ya
había llegado. Escribo el mensaje y lo envió.
Por… donde vendes vestidos para vi… mujeres (:
Shannon—
¿Vendrá Bill? —espetó.
(Tú)— Sí,
creo que ya está dentro —asentí—: mientras veamos algunos vestidos sino moriré
de aburrimiento.
Shannon—
Vale… ¡Mira ese vestido negro! —exclamó emocionada.
Me jala
de la mano y nos encaminamos al vestido negro. Era lindo: sin un hombro, con
detalles dorados y una flor artificial en el hombro izquierdo. Shannon babeaba por el vestido cuando me
taparon los ojos; sonreí, toqué sus manos y rápido lo supe: Bill.
(Tú)—
Bill, ya sé que eres tú —dije divertida.
Bill—
¡Taran! —canturreó él sonriente cuando giré para mirarlo— Llegué por fin
—suspiró.
Shannon—
Hola —intervino.
Bill— Oh,
hola Shannon —dijo él y se acercó a ella para besarle la mejilla.
Shannon—
(Tú) estaba preocupada porque no venías —dijo, mordiendo su labio inferior.
Abro los
ojos como platos y la miro.
Bill—
Pero te había dicho que estaba trabajando todavía, cariño —me dijo.
(Tú)— No
le creas —negué con la cabeza.
Shannon—
Oh, y espera a que le regales un anillo de compromiso —añadió.
(Tú)—
¿Qué? Ah, ¡no! —exclamé. Qué vergüenza.
Bill solo
alzó las cejas y sonrió con ternura. ¿De verdad él le…? Maldición, te odio
Shannon: eres más habladora que yo cuando me emociono por algo. Me di un golpe
en la frente y bufé.
(Tú)—
Mira, no me enojo contigo Shannon porque eres mi amiga y me caes bien, sino ya
te hubiera revirado la boca a la nuca.
Shannon—
¡Ay! —chilló— Que tosca eres: solo trato de decir lo que callas.
Bill— ¿No
te gustaría que te comprara uno? —me preguntó tímidamente.
(Tú)—
¿Ah? ¡No! —dije— Olvídenlo —bufé nuevamente y camino a otro lado.
Ahora sí
estaba molesta. No sé por qué, pero me molestaba hablar de matrimonios o cosas
parecidas; ¿qué? Sólo tenía curiosidad por el anillo. Maldito pasado, aléjate de mí, carajo. Bill me siguió mientras me
llamaba pero lo ignoré. Se supone que es una broma y no debía molestarme…
demonios.
Bill— Oye,
(Tú), tranquila: Shannon solo jugaba —dijo extrañado.
Freno en
seco y suspiro. Simplemente no podía evitar el sentirme molesta por una cosa
tan ridícula e insignificante.
(Tú)—
Perdón Bill —dije cansada—, lo que pasa es que… no me gusta hablar de esas
cosas ¿sí?
Bill—
Está bien; creo que Shannon se sintió un poco mal por molestarte —sonrió.
(Tú)— Oh,
ahí viene Shannon —dije, mirando sobre su hombro.
Shannon
se acercó tímidamente hacia nosotros; me dio algo de gracia, pues estaba
colorada de las mejillas. Se me hizo también algo tierna.
Shannon—
Uh, ¿me perdonas? —me mira.
(Tú)— No
seas tonta, Shay —río—: obvio sí. Perdóname a mí: no sé que me pasó; odio
hablar de matrimonios y cosas así.
Bill—Eres
un enigma, (Tú).
Shannon—
¿Tuviste un matrimonio antes? —casi exclamó sorprendida.
Alzo las
cejas y niego con la cabeza.
(Tú)— No
—fruncí el ceño.
Shannon—
Oh…
Nos
quedamos en silencio. Suspiro y Bill abre la boca y luego la cierra. Alguien que hable por favor.
Shannon—
Bueno, yo creo que… ya me voy —echa un vistazo hacia atrás.
(Tú)—
¿Ya? —digo— Como sea, nos vemos ¿luego?
Shannon—
Seguro —asintió esbozando una sonrisa. Se acerca a mí y me besa la mejilla, luego
con Bill y hace lo mismo—, adiós guapos: no hagan cosas malas.
Bill y
yo reímos.
Bill— Con
cuidado señorita.
Shannon—
Seguro —alza su pulgar y se va caminando.
Segundos
después miro a Bill, sonreímos y me abraza sorpresivamente. Hace que camine
hacia atrás aún abrazados. Yo insisto en que él da los mejores abrazos: tiene
unos brazos tan lindos… y con lindos tatuajes también. Sigo teniendo una duda:
¿por qué él se habría tatuado a una sirena besando a una chica? Es… algo loco y
extraño. Es todo un adicto a esas cosas.
(Tú)— Me
voy a caer Bill —dije riendo.
Bill— No
dejaría que te cayeras —murmuró.
Seguimos
caminando hacia atrás. Por sobre el hombro de Bill alcanzo a mirar a Tom y a
Jennifer: están viendo ropa de una boutique; siento algo en el estómago y me
suelto de Bill, lo tomo de la mano y caminamos rápido fuera de ahí. Cruzamos
una avenida y ya al estar lejos de ellos beso a Bill para que no sospeche nada.
No sé, no quería que Bill conociera a Tom y
Jennifer: apenas y lograba contarles lo que hacíamos juntos en ocasiones y que
tan bien va nuestra relación. No me parece apropiado.
Bill—
¿Alguien nos seguía o qué? Sentí que me separaba de mi brazo —dijo divertido.
(Tú)— Que
nena eres —frunzo el ceño—, ¿nos vamos? Ya está oscureciendo —miro el cielo.
Bill—
Seguro —asintió—, justo dejé el auto cerca de aquí.
Comenzamos a caminar hasta llegar al auto de Bill, entramos y él arranca
casi de inmediato. En el camino reviso mi celular con próximos eventos o tareas
a realizar: pedidos para banquetes de fiestas, torneo de aikido, etcétera.
Tengo también mensajes en facebook de amigos y mi primo chocante Alan;
invitaciones a fiesta y publicaciones en mi perfil.
Dejo el celular entre mis piernas y miro a la
ventana del auto. ¿Ocuparía este lugar Frances? A todo esto, he estado tan
idiotizada por Bill que ni de ella me acordaba; y ¿Bill se acordaría de ella?
No lo había tomado en cuenta; desde aquella vez que me contó como fue el
accidente que tuvieron no ha vuelto a mencionarme nada; envidio el psiquiatra
Maxwell que lo atiende: él ha de saber todo y yo no. Tengo que aguantarme la
duda de saber más allá de Bill, y él seguramente a que querer lo mismo de mí.
Siento la
mano de mi novio tocarme la pierna al detener al auto frente a un semáforo en
rojo. Ni siquiera tuve idea de cuánto tardaríamos en llegar a mi casa. Hoy la
pasaría con Bill… no, no de ese modo: veríamos una película normal, algo
bastante típico en una pareja; y aunque tratara de hacerme algo ya lo habría
dejado inconsciente antes de que me tocase.
Bill—
Tengo planeado hacer algo mañana, o si es posible desde hoy —dijo.
(Tú)—
¿Y…? —lo miro.
Bill—
Poco a poco me estoy liberando de toda mi mierda, así que necesito hacerle un
cambio a mi casa: que sea tranquila como la tuya —asintió para sí mismo.
Lo miro
sorprendida. ¿Bill quería deshacerse de… todo aquello que hizo con Frances? Me
parece un gran avance: otra persona jamás lo hubiera hecho.
(Tú)— ¿Me
estás hablando en serio? —le pregunto— ¿No me estás…? ¿En serio?
Bill— Sí
—afirmó y luego añadió—: no puedo estar feliz contigo en ratos, regresar luego
a mi casa y ver todo… asquerosamente lúgubre: no quiero eso para mí.
Pisó el acelerador
y el auto comenzó a andar de nuevo; yo estaba todavía sorprendida. Que su casa
sea igual de tranquila que la mía… bueno, la mía no tiene nada interesante:
paredes azul aciano, un sofá grande y frente a este una televisión de 20”;
fotografía del Abbey Road de los Beatles y dos más con la versión de Mafalda;
no sé: me gustan las cosas simples. No creo que eso te haga sentir tranquilo.
¿Cómo le gustaría a Bill que fuera su casa
entonces? Es tan grande que ni me imagino el trabajo para los muebles, el color
de las pinturas… pero sobre todo para deshacerse de aquellas cosas que
seguramente eran valiosas para él. ¿Te imaginas que tirara la fotografía que
tiene de Frances justo sobre su chimenea? Que… miedo.
(Tú)—
Entonces, ¿cuál es tu idea? —le pregunté.
Bill—
Estoy consultado con varios amigos expertos en decoración: tienen propuestas
interesantes, pero también necesito tus ideas —dice—. Bien dicen que las
mujeres tienen mejor gusto que los hombres.
Me echo a
reír.
(Tú)—
Lamento fallarte, pero en mi caso eso es falso —me encojo de hombros.
Bill—
¡Eres mujer! —exclamó irónico— No puede ser eso —sonrió—, pero bueno… sigamos
con el tema: necesito deshacerme de algunas cosas ya —suspiró.
(Tú)— Oh,
Bill —niego con la cabeza—: quieres hacer todas las cosas en tan poco tiempo
—suspiro—. Tú trabajas, yo también; quieres hacer lo de la cena y eso está
también en veremos; quieres hacer esto de tu casa… falta que quieras que vaya a
vivir a tu casa —río—, pero en serio… Vamos con calma: hay aún tiempo —lo miro.
Bill—
Pues sí pero… ok, tienes razón —dijo finalmente—: iremos con calma… ¡Pero! Lo
de la cena sigue en pie —me mira y sonríe.
(Tú)—
Claro: tengo duda de a qué lugar me vas a llevar —entrecierro los ojos.
Bill— Eso
es secreto —me lanza un guiño y regresa su mirada al frente.
(Tú)—
Detesto los secretos de ahora en adelante —bufé, cruzándome de brazos—: todo
por tu culpa.
Suelta
una carcajada.
Bill—
¿Por mi culpa? Mmm, ¿debo sentirme ofendido o halagado? —se preguntó a sí
mismo.
(Tú)— Las
dos cosas.
El trayecto a casa sigue, ninguno volvió a
pronunciar una palabra más que en nuestros absortos pensamientos. Vivir en la casa de Bill… Eso me suena
a: cero trabajo para mí, estar encerrada en casa, actuar como esposa… Uy. Para
nada del mundo querría eso: es como si todo el tiempo fuera un animal encerrado
en su jaula.
Veía pasar casas, árboles, gente, mascotas y otros
paseando en sus bicicletas. Nunca pensé que Bill Kaulitz llegaría a gustarme:
ocurrió lo que no quería que ocurriera; al parecer se me está cumpliendo todo
lo contrario.
Mi
celular suena y automáticamente Bill y yo lo miramos. Es un mensaje de
Santiago…
En 3 minutos…
No le
respondí. Me llamaría en aproximadamente 3 minutos, o algo así. Llegamos a
casa, yo fui la primera en salir, saqué las llaves de mi casa y abrí
rápidamente; Bill entró después de mí. Lo que hice primero fue acostarme en el
sofá grande y descansar un poco.
Bill—
Espero que hayas preparado tus cosas —me dijo.
(Tú)— No
me cuestiones —bufé—: las hice desde ayer en la noche.
Bill— Eso
me gusta.
Mi
celular suena nuevamente y lo tomo. Mañana trabajaría Santiago de 9 a 11 para
ayudarle a Sophie con algunos vinos y un pequeño inventario de ellos, así que
me pidió ayuda para poder manejar el I pad y el programa para hacer las hojas
de cálculos; fue fácil enseñarle aunque dudo que me haya entendido.
Momentos
después recogí mi mochila con todas mis cosas, dejé todo perfectamente bien
antes de que Bill y yo nos fuéramos, salimos de ahí y luego nos fuimos a su
casa. El hecho de pensar en que regresaría ahí por tercera vez me ponía algo
nerviosa, y a Bill también. No tardamos mucho en llegar; entramos como si nada
y miré todo. Vaya: Bill hizo el intento de limpiar su casa. No botellas de
alcohol, nada de basura, ni ropa por ahí… Limpio. Genial. La tensión poco a
poco fue cesando.
(Tú)— Me
gusta más la casa así —dije.
Bill—
Pero a mí no —espetó.
(Tú)— Ok
—murmuro.
Bill—
Mejor vamos a la habitación.
Antes de
que camine lo tomo de la mano.
(Tú)— No
dormiremos en esa, ¿verdad? —lo miré. Sabía a qué me refería.
Bill— No
—sonrió—, vamos.
Él se
encargó de cargar mi mochila, subimos las escaleras y mientras llegábamos a la
habitación me percaté de varias fotografías y pinturas: Frances sentada en una
banca con ropa negra y… bastante linda. No dije nada cuando pasamos por ahí;
llegamos a la habitación y me percaté de que ésta era una de las más decentes
que pude haber visto. Paredes blancas, una cama grande y perfectamente
impecable, ventana al frente y un balcón afuera; un baño y junto a este un
clóset. Me gusta: me gusta lo simple.
Bill— Ah,
bueno… yo duermo aquí —explicó—: me siento más cómodo aquí.
(Tú)—
Está bien… me gusta así: cero ostentoso —lo miro y asiento—. ¿Nunca lo
ocuparon… o nunca la ocupaste? —pregunté.
Bill— La
verdad no, pero creo que ahora debo estar aquí… hasta que re decore toda la
casa —sonrió.
Recorro la habitación. Sí, definitivamente
me gusta esta habitación.
(Tú)—
Pero bueno, ¿quieres cenar? Yo me estoy muriendo de hambre; vamos —lo jalo y
salimos de la habitación.
Bill— Con
cuidado —rió.
(Tú)— El
último es gay —dije divertida.
Lo suelto
y corro hacia las escaleras, las bajo con rapidez e impido que Bill las baje;
me subo al barandal de madera y me deslizo sobre él, toco el suelo y llego a la
cocina pero él me carga como saco sobre su hombro y suelto un gritito. Me baja
en un solo movimiento, reímos a carcajadas y luego nos besamos.
¿Por qué tenía que ser así? Bill me gustaba como
nunca, tanto como me gustaría que Narcissus Spark —personaje protagónico del
libro ‘Corazón Negro’— fuera real. Así de grande estaba la situación.
(Tú)—
Eres un tramposo, gay —dije.
Bill— Me
tapaste el camino para que no pudiera pasar y así ganarte —me mira serio.
(Tú)— Se
valía de todo —me encojo de hombros—: debes ser más creativo para ganar
—sonrío.
Le doy un
beso corto, se separo de él y miro el refrigerador. Hay variedad de cosas,
podría hacer miles de cosas.
(Tú)— Es
increíble que no cocines con todo esto —dije sorprendida.
Bill—
Digamos que paso más tiempo en restaurantes; casi no cocino, y eso apenas solo
lo hago en mis días libres —dice—… no soy bueno en eso.
(Tú)—
Pues deberías —lo miro. Me pongo de cuclillas—: es un asunto fácil. Además,
debes aprender para cuando tú me cocines —sonrío burlona.
Bill— ¿What? ¿Yo cocinarte? —bufó— Ni loco.
(Tú)— Ok,
entonces… —dejo todo en una pequeña mesa— hazlo tú; yo no voy a cocinar —pongo
las manos en alto.
Abre sus
ojos como platos.
Bill— No
me hagas eso, (Tú), por favor: de verdad no sé cocinar —chilló.
(Tú)—
Hazle como puedas, así que, pícale hombre que ya tengo hambre.
Bill—
Pero… no sé qué hacer.
(Tú)—
Impresióname —sonreí.
Salí de
la cocina y me decidí a pasearme por la casa de Bill, no tenía nada de malo
conocer la casa de mi novio… y mirar una que otras cosas de ahí. Subí las
escaleras mirando cada pintura, fotografía que había en las paredes; apenas y
pude reconocer algunas pinturas de Picasso y Van Goh, otras eran fotografías de
Bill y Frances… en su boda por el civil —cosa que me hizo estremecer—, en un
parque de diversiones, etcétera. Me gustaron las fotos. Frances era una de esas
chicas malas que… no socializaban, o al menos eso logro captar: se ve tan seria
y ruda en esas fotos. ¡Beatlemaniaca a no más poder! Eso explica lo de las
miles de fotografías de esa banda en el cuarto donde dormía con Bill: el
collage, por decirlo así, está puesto atrás de la cama y se ve bastante bien.
Fue lo que más me ha gustado de todo.
Sigo
caminando por el enorme pasillo y escucho la voz de Bill llamarme. Tenía que ser hombre; ellos también deberían
aprender a cocinar como nosotras: una siempre hace todo. Bajo rápidamente y
él está concentrado haciendo pasta. Vaya.
(Tú)— ¿Qué pasa? —le pregunté.
Bill— ¿De
qué o qué? —me mira extrañado.
(Tú)— ¿Tú
no me… hablaste? Yo…, te escuché —dije.
Bill—
Mmm, no —sonrió—. No te llamé.
Alzo las
cejas. Pero… yo lo escuché claramente: no puedo estar tan mal de mi oído. Enloquecí. Lo escuché como si estuviera
a dos metros cerca de mí. O sea que ahora escucho cosas que no son.
(Tú)— Ah,
ok, no importa. Perdón, tú… sigue cocinando —asiento y sonrío—. Ahora vuelvo.
Bill— Ok
—dijo él.
Vuelvo a
subir las escaleras algo extrañada pero momentos después se me olvida y
continúo viendo algunos objetos curiosos —y ostentosos—, entro al anterior
cuarto de Bill para mirar todo. La habitación parecía del siglo XVIII, y aunque
ya la había visto varias veces siento como si regresara el tiempo; me causa
muchas sensaciones. ¿Creerás que aún sigue varias prendas de ropa de ella? Es
más inquietante todavía. Tengo ese pequeño pensamiento de que Bill extraña a
Frances… y no se deshará de eso tan fácilmente. Lo entiendo un poco.
Salí de la habitación y caminé como si fuera a la
de Bill y mía pero me seguí derecho y al final tres puertas se encontraban
alrededor mío; no supe cual abrir así que lo hice con la puerta derecha. No
encontré gran cosa: solo polvo, cajas, más pinturas y objetos ostentosos.
Hurgué un poco ahí y sentí algo rodearme la mano. No grites, no grites: puede ser solo una asquerosa y… gorda… y enorme
rata. Nada más. No. Te. Alteres. Sacudí mi mano y luego salí de ahí; lo
peor de todo fue que al salir nunca me percaté de que solo una minúscula y casi
muerta luz iluminaba todo el lugar; casi salí corriendo de ahí. Digamos que la
oscuridad no era del todo lo mío.
Ya sin
nada que hacer regresé a mi habitación. Solo le escuchaban algunos grillos
cantar y algunos autos pasar; me interesó el salir al balcón y ver algo bueno.
Solo árboles vi mientras se movían, casi como bailaran, también a unos niños
jugando y a una chica decirme a mí… Sí, decirme a mí: “—cuídalo mucho. Él también te ama a ti”. ¿Cómo rayos pudo decírmelo
exactamente a mí y ni siquiera me conoce? Casi que lo grito para que todo mundo
lo escuchara. Eres alma débil (Tú),
acéptalo.
Tuve que
regresar a la cocina con Bill. Me sentía tan rara estando aquí, y más sola.
* * *
Bill—
Digamos que ella era la típica antisocial de la escuela, con aficiones extrañas
y así: solo tenía 2 amigas y otros cuatro que eran chicos. Muy loca también:
amaba el relajo con sus amigos y así; era toda una doble cara. ¿Sabes? Cuando
la vi por primera vez me dije: “que mal se viste esa chica, y que pésima actitud
tiene”.
Lo miro
más intrigada mientras sigo comiendo de esa deliciosa pasta que Bill ha
cocinado. Es increíble que él me esté contando esto: Frances era una loca
desquiciada total. Con todo respeto. Me impresiona.
Bill—
Ella iba en el E y yo en el G. Jamás la vi sin un libro a la mano: amaba leer
toda clase de libros; y claro, jamás la vi tampoco sin su mochila llena de
botones de sus bandas favoritas: al principio traía 6 pegados, luego pasaron a
diez, después a 20 hasta que perdí la cuentas: inclusive traía pegado en la
banda donde uno se cuelga la mochila. Pensé que era una loca satánica. En las
fiestas que hacía la escuela ella siempre vestía mallas de red, shorts de
mezclilla o negros completamente, sudaderas negras y una playera con el
estampado de alguna anda favorita suya. Nunca la vi con alguna prenda de color
claro. Jamás. Y creo que aún no la veré con algo así —sonrió al recordarla.
“Nunca
supe su nombre hasta el segundo semestre: Frances Presario Merced. A decir
verdad ese nombre me sonaba extraño, es más, su nombre completo era y es
extraño; jamás lo había escuchado. Averigüe su nombre por una amiga suya la
cual también era mi amiga, y me dijo que su papá era fanático de una banda de
rock llamada The Vaselines: el guitarrista de esa banda tenía el nombre de
Frances. Algo muy extraño (pero bastante original).
Un poco
de tiempo después nos cambiaron de salón y justo quedó ella en el mío y dos de
sus amigos anteriores. Estar con ella casi la mitad del día era bastante loco:
cuando me tocaba hacer actividades en equipo con Frances yo y los demás
debíamos estar en constante movimiento; no hablaba y se dedicaba a hacer las
actividades. ¿Te impresiona saber que ella acababa mucho antes que nosotros las
actividades y nos la pasaba y se iba con sus amigos? Por un momento pensé que
me odiaba, ya que siempre nos topábamos en casi todos los lugares de la
escuela”.
“En
inglés nos tocaba hacer siempre actividades juntos. Su pronunciación era
excelente, y en una que otra ocasión echábamos relajo: poco a poco fui
conociéndola y me fui haciendo su amigo. Logré adaptarme a sus otros amigos y
los cuatro ya habíamos formado un grupito, como los demás, a pesar de que tuve
que dejar mis anteriores amigos ya que con Frances, Stephanie y Alejandro (sus
amigos) me divertía más. Lo malo de esto fue que la flojera me gana y bajaba a
veces mis calificaciones.
Nos llevábamos bien y toda la cosa, ya hasta nos
habíamos hecho muy buenos amigos (aunque a ella no le gustaba decirme “mejor
amigo”, lo detestaba y según no le gusta tener “mejores amigos”)… pero tuvo que
irse a Florida. Mmm, podría decirse que ahí ya me gustaba un poquitísimo ella:
era fascinante, con gustos locos pero geniales.
Nuestra
amistad duró apenas un maldito año y ella se fue. Me dejó como regalo un libro
llamado ‘Un grito de amor desde el centro del mundo’ de un autor japonés ya que
nunca le gustó. Esa Frances. Siempre renegó de ese libro: nunca le gustó y
gastó varios euros que bien pudieron servirle para otro libro”.
“Para cuando
cumplí los 18 años volvimos a encontrarnos y pues… se veía increíblemente
espectacular: ¿qué había pasado con la chica de cabello parecida a Amy Lee?
Tenía ya el cabello rojo y un físico espectacular. No evité sentirme nuevamente
como idiota enamorado. Esta vez las cosas iban en serio”.
Pude
sentir claramente una cachetada directamente indirecta. ¿Si me di a entender?
Lo sabía: me siento inferior a ella. Creo que no podré ser como ella. Bill me
ha dicho su prototipo perfecto de mujer, y me frustra pensar que él muy dentro
de sí desearía que yo fuera como Frances. Frustración,
decepción, frustración…
Bill—
¿Qué pasa? —dijo interrumpiendo su anécdota— ¿Te sientes bien? —preguntó.
(Tú)— No,
eh… estoy bien: me acordé de algo, pero tú sigue —sonrío—: ¿qué pasó después?
—inquirí.
Me mira desconfiado y deja de hablar. ¡Ay!
Iba en la mejor parte: cuando Frances le echó de habladas a Simone ‘Salvaje’
Kaulitz al momento de casarse. Creo que de todo eso fue la mejor parte.
Bill— No,
luego hablaremos de eso. Cuéntame algo de ti —sonríe y deja nuestras bandejas
de madera en el suelo, luego añade—: algún novio antes de mí… no sé.
Río.
¿Por qué a todos los chicos les interesaba ese
tema?
(Tú)— Me
sorprende tu capacidad para saber qué tema sacar como debate ¿ah? Eres
asombroso.
Bill—
¡Hablo en serio! —dijo divertido— Debo saber cómo trataron mis ex socios a mi
novia —se reincorpora junto a mí en la cama y me rodea la cintura con un brazo.
(Tú)— ¿Ex
socios? Ah, bueno —frunzo el ceño—… Solo te diré para que dejes en enchinchar
¿vale?
Bill—
¿Enchinchar? ¡Yo no enchincho! —chilló.
(Tú)—
Solo cállate y escucha —suspiro. Él cambia de posición: sentado frente a mí y
con una enorme cara de curiosidad. Río al ver su cara: es tan lindo y gracioso
y… adorable—. Deja de poner esa cara de tonto.
Bill—
Solo habla —asintió aún sonriente.
Suspiro
nuevamente. No siempre iba contándole por ahí lo que pasaba con mis novios
—excepto a la abuela. A ella no podía ocultarle nada—: era como divulgar mi
privacidad.
(Tú)— Mi
primer novio lo tuve a los 15 años y se llama… mmm, se llama… Gustavo —asentí—.
Digamos que solo me gustaba y ya: no era de esas que solo con una semana ya lo
amaba o algo así.
Bill—
¿Cómo fue contigo? —preguntó.
(Tú)—
¿Normal? —alzo las cejas y sonrío— Ya. En serio. Fue normal conmigo: ni tan
meloso pero tampoco tan seco; nos complementamos mucho ya que éramos casi
iguales, menos nos dábamos regalos en nuestros “aniversarios” —me encojo de
hombros—: fue el que más o menos me acompañó en la pérdida de mis… familiares.
Muy chido conmigo, en serio.
Bill—
¿Nunca te dio regalos? ¿Jamás? —exclamó sorprendido.
(Tú)—
Bill, el hecho de que tú tengas dinero es otra cosa; ninguno de nosotros dos
teníamos dinero así que… nada: nada de regalos. A puras penas y salíamos al
cine 2 veces por mes.
Bill— Ya.
¿Cuánto duraron?
(Tú)—
¡Bill! Eres un chismoso —entrecierro mis ojos—, pero bueno… duramos eso de 6
meses y ya —bufé.
Abre su
boca formando una o y se la tapa con su mano izquierda. ¿Tan malo era durar 6
meses con alguien? Eso para mí fue una eternidad.
Bill—
Eres increíble —suelta una carcajada.
(Tú)— No
te burles —digo ofendida—. La verdad es que de novio pasó a ser mi hermano
también: creo dejó de funcionar todo a los 4 meses —río.
Bill—No
puedo creerlo, (Tú). Me sorprendes.
(Tú)— ¿Es
poco o mucho? —fruncí el ceño— No sé cuánto te duraban tus relaciones; seguro
eran de 2 meses y ya.
Bill— No
te burles.
Río con
más fuerza. Era cierto entonces.
(Tú)—
Típico de los niños ricos —digo divertida—, pero bueno: eso fue todo con
Gustavo —sonrío.
Bill—
Wow. Que simple. Ojalá y todas las relaciones fueran así: normales…
(Tú)— Sí…
Guardamos
silencio.
Bill—
Pero bueno —dijo finalmente—, ¿otro novio después de… Gustav…? —me mira.
Miro a
otro lado. Otra cosa de la que no me gustaba hablar.
Marcos.
simplemente me encanta :3
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